Durante cincuenta años he estado estudiando quién hay ahí detrás tomando las decisiones. Mi maestro, Diego Gracia, me advirtió que estaba metido en uno de los mayores líos históricos, compaginar la predestinación con la libertad. Me avisó que era toda la polémica de auxiliis, que duró siglos, que era meterse en la boca del lobo y querer hablar de algo que no conocemos ni podemos conocer porque la mente humana tiene límites, y hay que aceptarlos; que ya en el siglo XVI esta polémica se desarrolló entre un dominico, Domingo de Báñez, y un jesuíta, Luis de Molina, sin llegar a una síntesis.
No cejé en mi empeño, ni la neurociencia ni la filosofía me dieron la solución, pero sí la medicina y la teoría de la evolución. He visto la luz gracias al seguimiento de la enfermedad y la muerte de un querido amigo. Durante año y medio, tras ser diagnosticado de un ‘cáncer de próstata resistente a la castración’ (CPRC), hemos convivido su esperanza de recuperación y mi seguridad en lo irreversible de la situación. Comprendí que la evolución había conformado su cerebro, y el mío, para saber que la muerte está cercana, pero que ese conocimiento, para evitar la desesperación, queda alejado del foco de nuestro pensamiento, como le ocurre a los valientes que se juegan la vida en la guerra o en el deporte extremo.
Quién está ahí, gobernando nuestra vida, somos nosotros mismos. No hay un homúnculo, ni un Dios cruel que determina nuestro destino, simplemente la evolución ha conformado nuestro cerebro de forma que podamos convivir con la inminencia de nuestro ineludible fin. La aparición de la conciencia fue un salto evolutivo difícilmente conciliable con el gradualismo darwiniano, ni tan siquiera con el ‘equilibrio puntuado’ de Jay Gould. Los recientes estudios paleogenéticos apuntan a que el llamado ‘saltacionismo’ resulta necesario para explicar fenómenos como la aparición de la conciencia. Mi intuición es que llevó aparejada una dualidad entre el sí mismo y el otro, permitiendo que este otro cargara con el pecado original y dejara al sí mismo vivir con una ficción del libre albedrío que hace la existencia más llevadera.
(este artículo me lo ha dictado el ‘otro’)