La llegada de la estación invernal, en nuestro país, viene acompañada del peligroso Gordo del sorteo de Navidad. Desde el mes de enero, en que empiezan a cebarlo, baja rodando cuesta abajo por el calendario, como un barril, hasta diciembre, en que se detiene ante el bombo correspondiente para darse a conocer, es decir, para presentarse en sociedad. Es su manera de sumarse a otras figuras orondas como Papá Noel o Santa Claus, en las que la redondez es señal de lozanía.
La lotería en España la creó el marqués de Esquilache, ministro de Carlos III, en 1763, y seguía el sistema de la actual Lotería Primitiva, denominada así por haberse inspirado en aquella primera. Un tiempo después, en 1812, nacería la Lotería Nacional de Billetes, que se fue extendiendo por el país a medida que se retiraban los franceses. En ella se incubaría rápidamente el muy deseado Gordo de Navidad, que nos visita cada año desde 1818, en que “golpeó” con 50.000 pesos fuertes al poseedor del número 8.705. Es tal el afán con que los jugadores buscan la suerte monetaria que, al menos en Madrid, ciudad lotera donde las haya, aguantan durante horas, de pie, enroscados en los anillos de las serpientes multicolores que reptan, manzana a manzana, hasta las ventanillas donde confían en que se les administre la cifra mágica de la felicidad. En esa cola van rogando al “señor Gordo” que les bendiga con su toque de Midas. Pero este es precisamente el quid de la cuestión, pretender que todo se convierta en oro a nuestro paso, lo que, como en el cuento, acaba por representar un problema insoluble.
Hay quienes pensarán que en realidad se trata de un fenómeno de ludopatía colectiva, hábilmente estimulado por el Estado, dadas las comisiones que este percibe. Un Estado que ensalza los valores del esfuerzo laboral y que, al mismo tiempo, contradictoriamente, nos ofrece la posibilidad de dejar de trabajar para siempre. De cualquier forma, dicen que este juego ocupa un puesto de riesgo menor en el orden de las adicciones, dado el tiempo que suele mediar entre el momento de la apuesta y el sorteo.
¡Pero qué difícil es sustraerse a la gran ocasión del Gordo de Navidad! Es tal su influencia en el ánimo de la nación entera, unida por una vez en algo, que a nadie se le ha ocurrido todavía, afortunadamente, meterse con su nombre, dada la moda imperante de la corrección política. Y así el muy suertudo se va librando de que le llamen “el Sobrepeso” o “el Enorme”.
En todo caso, y por mucha ilusión que haga que este señor nos toque, creo que es mejor premio el de la pedrea, ese no le deja a nadie en el sitio si le cae encima, y es un ejemplo inmejorable de la conveniencia del término medio en la vida, tanto para lo bueno como para lo malo. En resumen, que lo importante es la salud.