Pedro Sánchez está enamorado, que lo sepan todos los ciudadanos para regocijo suyo y, por ende, del país. No puede soportar ver a su mujer sufriendo por las corruptelas que los maldicientes le imputamos. Da igual que haya pruebas varias en su contra a propósito de delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios; da igual que haya adjudicaciones ilícitas; da igual que aproveche su estatus de mujer del presidente del Gobierno para favorecer, con su firma, a empresarios que se presentaban a licitaciones públicas. Lo relevante del caso es que el amor que profesa a su mujer, Begoña Gómez, le mueve a redactar una carta en la que cifra una advertencia: Os doy cinco días para que hagáis (jueces, periodistas, vulgo en general) examen de conciencia.
El presidente, siempre dispuesto a dividir para ganar, nos plantea unas jornadas de reflexión política, un plebiscito sin urnas. Nos dice: sabed que, sin mí, la nación quedará huérfana de su redentor. Un gesto generoso que ya ha tenido eco en sus prosélitos, deseosos de acampar en la sede socialista de Ferraz para defender al único dirigente político de Occidente que mantiene un pulso contra su país, a la espera de que los ciudadanos le refrenden, alaben sus cualidades de fino estadista y aplaudan su trayectoria de gobernante ejemplar. El mismo político que se ha convertido en paradigma de la quiebra moral, social e institucional de España.
Es indudable que Sánchez guarda en su vestidor de la Moncloa una chistera sin fondo. Es probable que en su infancia y juventud se quedara maravillado con los trucos de magia del inefable Juan Tamariz, célebre ilusionista, que terminaba sus actuaciones tocando un violín imaginario. De lo que no albergamos dudas es de que, en su particular imaginario, Pedro Sánchez dibuja una España buenista que lucha contra la extrema derecha que componemos todos los que opinamos que ha perdido el oremus. En su chistera caben miles de trucos, el efectismo político está en su ADN, es su seña de identidad. La carta a la ciudadanía es el último conejo que saca de su chistera. En ella se queja del acoso y derribo (por tierra, mar y aire) que sufren él y su esposa por parte de las esferas ultraderechistas.
Pobre presidente enamorado, cuánto le hacemos sufrir los que sufrimos su inutilidad permanente. ¿Qué hará estos cinco días? ¿Qué nueva fechoría estará pergeñando? ¿Cómo es posible que una democracia moderna se pervierta día tras día por un personaje que bien pudiera dar vida a un esperpento valleinclanesco? Sus votantes sabrán. No es comprensible su miedo atávico al espantajo de la derecha que erradica derechos; no es admisible su sumisión a un régimen autárquico que ha fagocitado al partido socialista; no es coherente que defiendan un progresismo que consiste en anular a quien opina de forma diferente, convirtiendo en títeres de su voluntad a las instituciones del Estado.
El señor Pedro Sánchez no está capacitado para gobernar ningún país. Su personalidad narcisista hace incompatible la función pública con su inexistente vocación de servicio. Él solo se entrega a su causa, sobrevive a costa de mentir, de encanallar a la sociedad, de apostar por el guerracivilismo como arma de sublimación del desencuentro. Ahí, en ese fango del que ahora dice ser víctima en su carta, es donde está cómodo. Pedro Sánchez y Begoña Gómez son fango enamorado, o, como escribió Quevedo en su genial soneto Amor constante más allá de la muerte: polvo serán, mas polvo enamorado.
En tanto este final llega, Europa nos contempla abochornada, observa cómo el presidente del Gobierno cesa en sus responsabilidades públicas durante cinco días porque está enamorado de su esposa y no soporta que los jueces ejerzan su potestad de administrar justicia cuando los investigados están vinculados a su entorno. Sánchez es un político infame, un cisma permanente, un saco de odio, el punto más equidistante del consenso (salvo si se trata de pactar con independentistas), es abono de dislates, es el fulcro donde se apoya la locura que vuelve todo del revés, es la máscara que emplea la discordia en su propósito de romper la sana convivencia del pueblo español. Por eso, no sé qué harán ustedes, pero yo reescribiré la carta convirtiéndola en un poema de amor, en el que Sánchez arda hasta quedar reducido a polvo, más polvo enamorado.