En la primera parte de esta columna, publicada ayer, dejé para el pensamiento de los lectores una frase de Quevedo... Continúo ahora con la esencia de la columna... La estructura piramidal de los partidos tampoco favorece el vínculo entre el votante y quienes lo representan. Quien hace las listas de muchos partidos dispensa el pan, las dietas, la vanagloria, la sala vip en el AVE y en los aeropuertos, la seducción del poder, la pleitesía. El partido no tiene un sol en la cúspide de su pirámide, tiene un rostro que es un emblema. ¿Qué democracia puede haber en un lugar donde la sumisión ha sustituido a la libertad y el halago a la crítica? Los votantes, y los no votantes, también nos avergonzamos de las maneras en que nuestros políticos se insultan en el Congreso (diputadas de Vox han sido insultadas gravemente por representantes de la izquierda), con una zafiedad, con un odio resentido, con una violencia verbal que ya ha llegado al trato cotidiano, incluidas las redes sociales. En los programas de debate de mayor audiencia vemos y oímos mañana, tarde y noche, descalificaciones, mentiras, imágenes falseadas, gritos, interrupciones continuas... ¿Por qué nos sorprendemos de lo que ocurre en el Parlamento? ¿Quién imita a quién, el tertuliano al político o éste al tertuliano? La propaganda ideológica de la izquierda ha sustituido al diálogo de la razón, y las formas son semejantes en platós televisivos o en el hemiciclo del Congreso. Los aplausos en el plató suelen ser enlatados, los del hemiciclo en vivo y bochornosos, por eso, el voto sigue siendo un arma cargada de futuro, como los medios que elegimos para informarnos. Como dijo en su día Ortega y Gasset, el malvado descansa algunas veces, el necio jamás... ¡Ahí queda!... Fin.
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