Parecía un chiste, pero aunque la noticia apareció por ahí perdida entre las primicias diarias, Hugo Chávez prohibió a Noel en Venezuela, por considerarlo “un sujeto contrarrevolucionario…”
Él tenía sus sospechas; pensó quizá que un personaje que engorda todo el año -no sabía a ciencia cierta quién lo engordaba, o le proveía la polenta y el yogur necesario para mantener los cachetes sonrosados- “y salía por allá en diciembre en un trineo tirado por renos que corrían como purgados, algo se traía…”
Ahora, eso de andar vestido de rojo, con un sombrero de borla, botas de batallón de alta montaña, y un cinturón tan ancho como su panza, aparte del misterio de su vida, pues por lo que sabe no tuvo infancia ni juventud, sino que apareció así, vejete, de edad inmutable, eran también para levantar sospechas.
Además esas gafitas bifocales de ferretero, y esta forma de entrar en las casas sin pedir permiso, por las chimeneas y estos poderes sobrenaturales para volar por encima del plato de la luna con una risa de ajonjolí, “no me digan que no son también indicios suficientes para tomarle bronca o, al menos, sospechas, al Santa”, diría Chávez.
Llegaba de rojo y Chávez también; Santa regalaba pelotas de letras, y Chávez petróleo…¿Celos profesionales? O quizá le pareció al coronel que la cabellera de Claus era perniciosa, un mal ejemplo para la juventud; ¿patrañas de Noel para sabotear elecciones?
Chávez pensó que Santa podía ser también un agente de la CIA, un funcionario pagado para socavar, desde su aspecto inofensivo, las bases de la revolución bolivariana.
La verdad es que Venezuela tuvo su primera navidad sin Papá Noel en 2006. Su presencia fue prohibida en casas, calles y almacenes. Una vez cancelada la visa de Claus para ingresar a territorio venezolano, la cancillería de ese país dio aviso a Interpol para evitar que este contrarrevolucionario se colara por Cúcuta, La Guaira o Maracaibo, camuflado como cantante de algún grupo de rock o bajo el disfraz de un apacible abuelo.
Si alguien escuchaba una risa parecida a un estentóreo “jojojo”, veía luces sospechosas en lo alto de casas o almacenes, u observaba trotar renos por los techos de Caracas, debía dar aviso inmediato a la policía o a los comités pro defensa de la revolución. Mantener al sujeto a raya era una orden presidencial, y si alguien la desacataba, podía pasar entre seis y ocho años en una celda oscura, a pan y agua, entre la música incesante de “jingle bells” o “Noche de paz”. Para escoger.
Si el gordo -Santa, es claro- huía por las barriadas u ofrecía cobarde resistencia, la PTJ recibió explícitas órdenes para fumigarlo. La población fue informada de “la naturaleza pequeño burguesa y pro imperialista del susodicho Noel”. En su eliminación, pues, no se escatimaron esfuerzos; bala, garrote, piedra, escobazos, lo que fuera. No se sabe de otro país donde Santa Claus, conocido también como San Nicolás en el Caribe, haya sido prohibido.
Hoy, Noel regresa a Venezuela, y no viene propiamente en son de paz.