Hace un poco más de 76 años que las calles de Bogotá, Colombia, se convirtieron en un pandemónium, cuando asesinaron al candidato presidencial liberal de mayor popularidad y al mismo tiempo se celebraba la Novena Conferencia Panamericana.
República Dominicana acreditó una delegación ante esa Conferencia, en la cual se consolidó el sistema interamericano a través de la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Esa delegación estaba integrada por los señores Arturo Despradel, Manuel Peña Batlle, Paíno Pichardo, Temístocles Messina, Joaquín Salazar, Carlos Sánchez y Sánchez, Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral, Minerva Bernardino, Luis Julián Pérez, Tomás Hernández Franco y el entonces embajador en Colombia, Joaquín Balaguer.
Al llegar la Delegación, Balaguer le ofreció un almuerzo y se dio cuenta de que uno de los funcionarios de la misma tenía un traje inadecuado para la temperatura de Bogotá. Inmediatamente concluyó el almuerzo, Balaguer le entregó una tarjetita de su sastre al poeta Tomás Hernández Franco para que fuera rápidamente a hacerse uno.
Al otro día, mientras la delegación salía hacia el lugar de la Novena Conferencia, el poeta iba al sastre. Ese día era el 9 de abril de 1948, y precisamente coincidió con el momento en que asesinaron al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, lo que provocó una revuelta popular que dejó varios muertos y heridos, registrada en la historia como El Bogotazo.
Gaitán salía para almorzar en el Hotel Continental ubicado en la Carrera Séptima en Bogotá sobre las 12 de ese mediodía de su despacho ubicado en el edificio Agustín Nieto. A su llegada al edificio, Gaitán es herido a disparos por un grupo de desconocidos entre los que supuestamente se encontraba Juan se le declaró y la turba enfurecida, la emprendería contra Roa Sierra, a quien habían atrapado en el lugar de los hechos hasta matarlo.
Hernández Franco testigo de excepción de ese hecho, relata en un texto escrito por él, tres semanas después, en fecha 30 de abril de 1948: “Miré el reloj. Faltaban diez minutos para la una de la tarde, cuando de pronto unas detonaciones de revólver y un caramillo que se hacía casi a mis pies, hacíame volverme rápido hacia poniente: a menos de veinte codos yacía el Dr. Jorge Eliécer Gaitán, a quien había visto dejar su bufete en asocio de Plinio Mendoza Neira¨.
El poeta bajó de su hotel y se fue mezclando con las masas enardecidas y siguió caminando mirando los acontecimientos. De un momento a otro no podía salir de la multitud y le estaban disparando desde los techos a la gente que se movilizaba, incluido él. Intempestivamente se convirtió de espectador en actor: “Yo fui absorbido por aquella tromba humana y salvaje. Me olvidé de mi condición de diplomático. ¿Quién iba a saberlo? Yo tampoco lo sabía. Lo había olvidado. Yo no era yo. Era un ion perdido entre aquel maremágnum incontrolable”.
Le disparaban de todos lados, el poeta en medio de la refriega perdió la compostura y la conciencia, según relató el mismo, y divisó a lo alto del campanario de la iglesia de San Fernando un cura disparando a la multitud. El poeta lleno de rabia arrebató un rifle a un policía y avanzó disparando, logrando impactar al cura que cayó “como un paraguas”. Esto convirtió a Hernández Franco en un héroe en El Bogotazo. Las multitudes lo aclamaban.
Mientras ocurrían estos hechos violentos y paralelamente se celebraba la Novena Conferencia, ya el poeta tenía varios días perdido y en la Delegación dominicana había mucha preocupación, incluso se había dado parte a las autoridades colombianas. Hasta que unos cinco días después se apareció en el hotel, todo sucio y pestilente, con dos charreteras de balas cruzándole el pecho y dos fusiles en las manos. Héctor Inchaustegui Cabral, que es el primero que lo ve, le pregunta: ¿Qué te pasó?
Balaguer indignado señaló: “Hubo un miembro de la Delegación dominicana, el poeta Tomás Hernández Franco, que se mezcló imprudentemente entre los revoltosos y estuvo a punto de perder la vida, arrastrado por la marea de esos tumultos callejeros…".
Para sacarlo de Colombia, el embajador dominicano Balaguer tuvo que hacer malabares y conversar hasta con el famoso general George Catlett Marshall, secretario de Estado y jefe de la Delegación norteamericana, para que le ayudara en la salida de Colombia del poeta involucrado en los hechos, logrando que lo incluyeran como parte de esa comitiva estadounidense para extraerlo de territorio colombiano, pues ya lo tenían ubicado como uno de los cabecillas de la revuelta.
El poeta, por mero accidente, fue el héroe dominicano de El Bogotazo.