La mirada del centinela

Mensajes

Los mensajes son peligrosos, los carga el diablo, como las pistolas. Se convierten, con el paso del tiempo, en armas arrojadizas. Son puñales de texto que la gente vierte sin prudencia en los teléfonos móviles, a riesgo de ser apuñalados por la inercia del azar. El presidente Sánchez ha enviado mensajes -publicados por El Mundo- que constatan la catadura moral del personaje. En ellos, insulta a sus compañeros de partido, los descalifica llamándolos petardos, hipócritas e impresentables, les abronca, o utiliza a su hombre de confianza, Ábalos, para que se dirija a los militantes disidentes y les llame a capítulo, con el fin de que no toquen más los cojones. Por lo visto, Page le toca mucho los cojones al presidente. No le gustó nada su discrepancia en el pacto de Gobierno sellado con Bildu. Para Sánchez, no estar de acuerdo en que la muleta del ejecutivo sea un grupo de filoterroristas, es tocar los cojones. 

Está claro que no se puede ser crítico con el líder. Ni siquiera cuando este se echa en brazos del comunismo, los indepes, o los herederos de ETA. Sánchez ha ido disolviendo el ya irreconocible PSOE y lo ha transformado en una secta que idolatra a su caudillo. Los mensajes dibujan una semblanza espeluznante del presidente de la nación. Sánchez es un ogro disfrazado de caballero que cercena voluntades, siega al discrepante y lobotomiza a todos aquellos con ideas que nieguen la supremacía de su persona, un tirano sin escrúpulos. 

Los mensajes intercambiados con Ábalos dejan a Pedro Sánchez en el lugar que le corresponde, la miserabilidad. Somos muchos los que nos barruntamos que la psique del presidente flota en el mar de la psicopatía, un delirio egocentrista que entronca con la maldad atávica de la especie humana. Su obsesión por ser querido y admirado de todos me recuerda a Grenouille, personaje protagonista de la novela El perfume, de Patrick Süskind, capaz de cualquier cosa con tal de mantener su dominio sobre el resto de los mortales. 

Hay mensajes que dicen muchas más cosas de las que leemos en su contenido. Hay mensajes que embisten como morlacos; mensajes flecha envenenada; mensajes bomba lapa; mensajes que se cobran la pieza a vuelta de montería. Esto de los mensajes no pasa de ser otro ejemplo de la personalidad de Sánchez. Su incondicional guardia pretoriana lo toma como una brisa que pasa, no le dan pábulo, por supuesto. Ellos a lo suyo, a endiosar al líder, no sea que se enoje y considere oportuno acometer nuevas defenestraciones. A Margarita Robles, a quien Sánchez califica de pájara que se acuesta con el uniforme, le parece bien ser ninguneada, no les queda ni una molécula de dignidad. Su único afán, resistir. Es innegable que el presidente del Gobierno tiene esencia de cucaracha; como el insecto, sobreviviría a una explosión nuclear. Aunque, eso no es cierto, las cucarachas no sobrevivirían a una explosión nuclear, el calor acabaría con ellas. No así con Sánchez, que pactaría con el demonio y este le salvaría procurándole cobijo en la mejor estancia del infierno. Una suite nupcial en la que Sánchez y Ábalos se entretuvieran intercambiando mensajes laudatorios. 

Es obvio que Sánchez y el sanchismo tienen patente de corso, pueden hacer lo que les plazca sin temor a ser represaliados. Son piratas de la política con un mensaje conciso: Sánchez os redimirá, votadle en toda circunstancia. ¿Cuándo llegará el día en que estos aprovechados de la cosa pública sean desterrados a una isla donde no lleguen los mensajes? O quizá sí, es posible que le llegue a Sánchez un mensaje en el interior de una botella. La nota diría: haznos un favor, no vuelvas, no toques más los cojones.

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