La pandemia de COVID-19 dejó al descubierto una realidad que durante décadas había pasado desapercibida para muchos ciudadanos: la fragilidad de las cadenas de suministro de medicamentos en Europa y, en particular, en España. De un día para otro, productos que dábamos por seguros comenzaron a escasear. Hoy, más que nunca, resulta imprescindible reflexionar sobre cuáles son esos medicamentos estratégicos y críticos cuya disponibilidad debemos garantizar a toda costa, si queremos preservar la salud pública y la autonomía sanitaria de nuestras naciones.
Un medicamento estratégico es aquel cuya falta podría tener consecuencias graves para los pacientes y para el sistema sanitario. Estos fármacos son esenciales porque no disponen de alternativas terapéuticas eficaces o porque se emplean en situaciones de urgencia vital. Se trata, en definitiva, de medicamentos cuya ausencia sería inadmisible para un país que aspire a proteger a su población. Y, además suelen tener una característica común: son baratos y sus precios no han subido en términos generales por lo que deberían ser excluidos de las medidas generales de ahorro, no aplicándose para ellos descuentos, subastas o incluirles en el sistema de precios de referencia. Es decir, deberían ser incentivados para permanecer en el mercado.
Entre los medicamentos estratégicos destacan los antibióticos esenciales, como la penicilina, Fosfomicina y otros muchos, cuya función es clave en el tratamiento de infecciones graves. También los antivirales de referencia, como los utilizados contra el VIH o la hepatitis C, y las vacunas, no sólo las del calendario infantil, sino también aquellas necesarias frente a posibles pandemias. En el ámbito hospitalario, resultan críticos los anestésicos como el propofol o el midazolam, los agentes para reanimación como la adrenalina y la noradrenalina, y los anticoagulantes inyectables como la heparina sódica, indispensables en múltiples intervenciones y en cuidados intensivos. También los corticoides que salvaron tantas vidas en las UCI, como la dexametasona, en la pandemia.
No menos importantes son los medicamentos para enfermedades crónicas graves, como los inmunosupresores utilizados en los trasplantes o la insulina para las personas con diabetes. A ellos se suman los derivados sanguíneos (inmunoglobulinas, albúmina) y los radiofármacos, cuya fabricación es compleja y que en muchos casos dependen de un reducido número de productores, frecuentemente fuera de la Unión Europea.
La Comisión Europea y la Agencia Europea del Medicamento trabajan ya en la identificación de un listado común de medicamentos estratégicos para todo el continente. El listado de nuestra Agencia de Medicamentos abarca 249 principios activos.
El objetivo es claro: evitar el riesgo de desabastecimientos y reforzar la capacidad industrial de Europa con productos clave. Este esfuerzo que debe ser apoyado y consolidado con medidas a largo plazo, sin olvidar que uno de sus problemas es la falta de rentabilidad de estos productos, que ni siquiera anima a competir a los fabricantes de medicamentos genéricos.
La experiencia nos enseña que un país que delega en exceso la producción de sus medicamentos esenciales fuera de sus fronteras está condenando a su población a una vulnerabilidad inadmisible.
En el pasado, España y Europa supieron mantener una industria farmacéutica sólida y autosuficiente. Es el momento de recuperar ese espíritu y de comprender que la soberanía sanitaria no es un lujo, sino una necesidad. Porque el medicamento estratégico de hoy puede ser la diferencia entre la vida y la muerte mañana.