El entorno académico-mediático de El País y el lobby vampírico-chupóptero vasco-catalán en oportunista simbiosis con lo peorcito de Els Països –consciente pinza a España- han alumbrado varios mamporreros de la tecla (Justa Sarna (1), Sánchez-Cuenca… y algún que otro meritorio más de esa cuerda) obsesionados con la denigración de intelectuales y políticos que, habiendo sido de izquierdas, en sus penúltimas singladuras han roto amarras con la deriva del PSOE encanallado con la hez izquierdista dominante y vigente en la actualidad (ay, aquella izquierda ilustrada: Savater, Félix d’A, Félix d’O, Trapiello, Arcadi Espada, Juaristi, Joaquin Leguina, Ramiro Cibrian-Uzal, Rosa Diez, Blanco Valdés…incluso Felipe González y Alfonso Guerra). Pues toda persona, moral y mentalmente sana, adriza solidariamente la nave compartida cuando va escorada y directamente al naufragio. Por hez me refiero, no tengo duda, al independentismo, comunismo bananero, antisemitismo, feminismo hormonado, feminismo mercenario (2), wokes analfabetos, ecologistas burocratizados, onguistas a sueldo (o como se diga), guerracivilismo de botafumeiro monclovita, revanchismo redivivo de procesión postfranquista (3), etc. Lo más odioso, y hasta gracioso, de los mamporreros es la falta total, absoluta, sorprendente, de rigor analítico. Ni se les ocurre comenzar los análisis por donde procede: por el principio. O, mejor, los principios.
Así las cosas, habiendo leído las piezas periodísticas de la autoría de Fernando Savater (todas); después de haberme zambullido de cabeza en su obra ensayística (y haber reseñado buena parte); después de haber bebido en su compañía malt smoked, sin hielo ni agua, hasta caer de culo (ambos); después de haber llorado juntos la muerte de Sara y sembrar el suelo de mi zulo gallego de cadáveres (de botellas); habiéndonos recíprocamente arrojado a la crisma, con ánimo asesino, estanterías repletas de libros por diferencias de opinión de índole varia (excepto en lo fundamental: la defensa de la libertad e independencia de criterio y dignidad humana por encima de cualquier otra consideración intelectual y vital); después de eso, digo, acabo de enterarme que Savater, en tanto intelectual se ve exonerado tras proferir exabruptos y desmanes verbales que no se le indultarían a un plumilla cualquiera e incluso se le afearían a un troll de twitter.
Otrosí, después de frecuentar años, décadas, al susodicho exonerado e indultado acabo de enterarme, insisto, que el intelectual que denunció el clericalismo y el derechismo es ahora quien con mayor virulencia ataca el feminismo, la izquierda y el ecologismo, y lo hace con un verbo agraviado, con retórica dolida. ¿Quién me entera de ello por blog interpuesto? ¿Quién pretende cohonestar ese infumable alegato? Pues un súcubo de la prosa, un pelagatos de la crítica, un íncubo del estilo, un pajillero gacetillero al servicio de EP, un mercenario ideológico del PSOE, una felatriz del Gran Cabrón, un imbécil esforzado (los más peligrosos), un picapedrero de la lógica, un baboso de comisuras chorreantes de amarillenta envidiosa bilis porcina. O sea, y resumiendo: un gilipollas irrecuperable con defecto estructural, de fábrica. Porque, si bien se mira, según el gilipollas irrecuperable, no es tanto lo que dice Savater, que también, sino (sobre todo) el cómo lo dice. Y es así, sostiene, que en el activismo de Savater no ha habido simplemente la evolución propia a toda persona inteligente que madura y observa objetivamente la transformación (o degeneración) de su entorno sino pura y catastróficamente una deriva ideológica. Entiéndase: una deriva fascista, blanca, machista y brutalmente supremacista.
Ahora bien, cuando el observador objetivo toma distancia y adquiere perspectiva, el panorama que contempla es milagrosamente distinto –ínsito en el contorno limpiamente el agraviado Savater- al paisaje humano que pinta nuestro gilipollas de guardia. No voy a entrar en detalles ni aportar contraejemplos demoledores para con la malababa del porcino gilipollas, no voy a molestarme en desasnarlo. No obstante, me parece imprescindible remitir a nuestra historia reciente por respeto a los lectores. Porque, quedó dicho más arriba, conviene comenzar por donde procede: por el principio.
Felipe González (FG), a raíz de su renuncia al cargo de secretario general del PSOE, al no haber aceptado la mayoría de los delegados su propuesta durante el XXVIII Congreso, sumió al partido en una crisis de liderazgo de hondo calado. Con la perspectiva de hoy, el punto de vista defendido por FG –errores aparte- nos parece más que razonable. Nos parece, a mí al menos, apabullantemente lúcido y premonitorio de lo que sucedería pocos años después: el desmantelamiento de la URSS y satélites sin que nadie arrojase ni cuatro piedras para defender aquel siniestro montaje sostenido en la delación. FG era partidario del socialismo real, convencido de que solo desde una izquierda moderada lograría alcanzar el poder. La principal alternativa a FG la encabezaba Gómez Llorente, ideólogo marxista. En el XXIX Congreso, FG arrasó; en 1982, el PSOE consiguió mayoría absoluta. El resto es historia. No es descabellado establecer una analogía, salvando todas las distancias, entre los acontecimientos de entonces y el actual desgarro del PSOE que de nuevo se debate entre maximalismo y pragmatismo. El maximalismo es pura estrategia pamplinera (pactos, concesiones, traiciones, etc.) inspirada por el diabólico Gran Cabrón para mantenerse en el poder pues, sin la menor duda, se trata de un enfermo chutado adicto a devorar las tiernas entrañas de España, síndrome de la moqueta ensangrentada, desde palaciega sede. Y para siempre.
El problema planteado en el XXVIII Congreso no era tanto socialdemocracia versus marxismo como la alternativa entre socialdemocracia y comunismo. En aquel momento, los marxistas en general eran políticamente comunistas, circunstancia agravada por el hecho de que lo único que conocían de la obra de Marx y Engels era su vulgata o el compendio del jesuita Jean-Yves Calvez. El marxismo es, en sentido amplio, filosofía o metodología para interpretar la Historia, especialmente en la fase de producción capitalista. Visto así, no es ni bueno ni malo, es una ideología más en competencia con otras, cada cual la toma o la deja. Por lo que me concierne (y es en parte aplicable asimismo a Savater), creo que enriquece tomar algo de Marx. Leyendo críticamente a Balzac, Marx, Thorstein Veblen, James Ellroy –sí, Ellroy- podemos forjar una idea bastante adecuada de lo que es el capitalismo ¡Olvídense de Fukuyama, por favor! El comunismo es otro cantar: el comunismo no permite alternativas. El comunismo, o socialismo soviético, es un sistema político dictatorial, rayano en la tiranía, en el que –precisamente por sus logros a veces espectaculares- el fin justifica los medios. El Gran Cabrón practica con frialdad sicopática esa justificación sin siquiera el eximente de ser comunista convencido. El Gran Cabrón es simplemente, un caradura, un sicópata sin principios, un yonqui del poder. Y bajo sus pezuñas tiene a plumillas de izquierdas que padecen el vicio de empoderarse, de irse arriba como si los poseyera el vértigo de la soberbia. En realidad, su problema es mucho más sencillo y fácil de explicar, hasta humanamente justificado. Sucede que, para subsistir, para ser alguien, una plumilla de izquierdas debe ubicarse en el mercado de ideas extremistas. Véase Justa Sarna o Paulo B. Preciado, la B por Beatriz. Este mercado, repleto de mediocres, obliga a radicalizar y extremar el discurso para hacerse oír entre tanto chalán vendiendo refritos. La deriva hacia la radicalidad (todo lo relativo al género, sexo, transformismo, fluidez, o como se diga, parece no tener fin) propicia que los intelectuales menos brillantes y más corruptos moralmente, con mayores necesidades de admiración y empoderamiento, para no perder protagonismo exponiendo ideas que podrían pasar por banales, o poco avanzadas, se enzarzan en competición declarativa maximalista que arrastra a otros miembros del grupo –del grupo de plumillas de izquierdas, se entiende- buscando su hábitat de confort moral y profesional. Aunque se jactan de abrir surcos en los que plantar la semilla de un mundo nuevo, -sin fachapobres, con Lilith Verstrynge, y papá, posando en Paris- lejos quedan las ardorosas cruces de la disidencia, la sacrificada vida del apostolado discreto, y esos triunfitos aparecen como élites parasitarias y oportunistas despachando, en el mostrador de la rural botica, ajadas recetas morales cual tristes condones mil veces usados.
Sólo un gilipollas irrecuperable, obtuso mamporrero de la tecla, mercenario de EP, se atreve a exigir, sin sonrojo, que un humanista como Fernando Savater, con admirable trayectoria forjada en la lucha por la libertad, en la lucha por la vida frente al terrorismo, en la lucha por el conocimiento y su transmisión sin serviles condicionamientos, solo un homúnculo como el susodicho gilipollas, me reitero, puede exigirle a Savater que adhiera a la estrategia del Gran Cabrón o que permanezca indiferente ante sus brutales desmanes y arbitrariedades.
(1) https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/opinion/justa-sarna/20241208082101085110.html
(2) https://www.eldebate.com/sociedad/20240326/ese-tigre-papel-efecto-arrastre-feminismo-radical_184520.html
(3) https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/opinion/paco-resucita/20241221100204086337.html