#AI mucho que contar

¿Adiós a los idiomas? Quizá es hora de enseñar otra cosa

Hace unos días, en casa de unos amigos, mientras nuestros hijos inventaban juegos imposibles con piedras, cubos y una rama que alguien declaró “espada oficial”, nos sentamos en el jardín a hacer lo que solemos hacer en esos encuentros entre padres, intentar salvar el mundo que les estamos dejando.

Entre cañas, patatas y el clásico “no, si solo veníamos para una rápida”, saqué una duda que llevaba semanas dando vueltas en mi cabeza, una de esas preguntas que parecen simples pero que, cuando las sueltas, dejan ese silencio de vale, esto va en serio …,

¿Tiene sentido seguir enseñando idiomas como lo hacíamos hasta ahora?

Yo nací en 1984, en ese espacio intermedio en el que aún usábamos un boli para rebobinar cintas, pero ya intuíamos que la tecnología iba a cambiarnos la vida. Jugábamos a la NES, grabábamos la radio con un dedo en pausa, y ahora seguimos con una mezcla de fascinación y vértigo todo lo que ocurre en el mundo digital, y últimamente, lo que más me ha hecho pensar no ha sido una “distopía futurista”, sino una conferencia real, el Google I/O 2025, muy recomendable de ver.

Allí, Google presentó su modelo Gemini, integrado en Google Meet, capaz de traducir conversaciones de voz en tiempo real entre inglés y español, manteniendo el tono, la intención y la naturalidad de quien habla. También mostraron unas gafas inteligentes que, mientras alguien te habla, proyectan subtítulos del idioma original con una fluidez asombrosa, no estamos hablando de una promesa, sino de funciones activas que empiezan a redefinir qué significa hablar otro idioma.

Y ahí es donde surge la duda de verdad, esa que os lanzo a vosotros también, si la tecnología puede traducir de manera simultánea con una calidad cada vez más alta, ¿tiene sentido que nuestros hijos dediquen años a aprender idiomas?, ¿o deberíamos empezar a centrar el esfuerzo en entender la cultura, los matices y las formas de pensar que hay detrás de cada lengua?

No es una pregunta absurda, los datos acompañan este cambio, en Estados Unidos, por ejemplo, la matrícula en estudios universitarios de lenguas extranjeras cayó un 29% entre 2009 y 2021, y en Australia, solo un 8,6% de los alumnos de último año cursa una segunda lengua, además, algunos informes recientes muestran que en regiones con mayor uso de traducción automática, las ofertas de empleo que exigen otro idioma han disminuido ligeramente ¿es una tendencia?, sobre todo en sectores como el comercio, la atención al cliente o logística, donde lo importante es que la comunicación sea funcional y no perfecta.

No es que los idiomas hayan perdido valor, es que la tecnología está cubriendo una parte de esa necesidad (como ocurrirá con muchas otras), y eso nos obliga a repensar para qué los estamos enseñando.

Porque si el idioma ya no es la barrera, ¿qué lo es?, quizá lo sea la falta de comprensión, la incapacidad de leer entre líneas, de captar matices, gestos y silencios. Aprender una lengua nunca ha sido solo memorizar vocabulario o clavar los tiempos verbales, también es entender cómo piensa el otro, por qué se expresa así, qué referencias culturales arrastra cada palabra, y eso, por ahora, no lo traduce ningún algoritmo, o no del todo.

Las herramientas actuales pueden ayudarte a salir del paso, a tener una reunión, a pedir un café en Seúl o cerrar una venta por videollamada con alguien de Oslo, pero no sustituyen la experiencia de vivir el idioma desde dentro, de equivocarte al hablar, de entender un chiste local, de empatizar con alguien que piensa desde otra lengua, y si alguna vez lo has vivido, sabes a qué me refiero.

Dicho esto, no se trata de enfrentarnos a la tecnología, al contrario, yo soy de los que la celebra, de los que se fascinan con cada avance y se preguntan cómo integrarlo mejor en nuestras vidas.

Plataformas como Duolingo ya están usando modelos como GPT para ofrecer prácticas conversacionales con IA, asistentes como Alexa se mueven entre varios idiomas con naturalidad, y cada vez más colegios empiezan a experimentar con traducción automática en clase como recurso didáctico, todo eso es bueno, y necesario, porque permite que los alumnos tengan más herramientas, más autonomía, más acceso.

Pero si vamos a incorporar todas estas soluciones, también deberíamos repensar si tiene sentido seguir enseñando idiomas exactamente igual que hace veinte años (ya te digo yo que no), quizá haya llegado el momento de revisar el modelo educativo con más profundidad, ver qué habilidades queremos priorizar y cómo adaptarlas a los nuevos tiempos (eso, seguro que nos da para otro artículo interesante).

Puede que el objetivo ya no sea que nuestros hijos dominen un idioma como herramienta profesional, sino que aprendan a comprender otras culturas, a comunicarse con criterio, a usar la tecnología con inteligencia, a saber cuándo confiar en una traducción y cuándo desconfiar de ella, quizá tengan que ser menos políglotas y más interculturales, menos traductores y más mediadores. Aprender un idioma, en ese sentido, no debería ser un fin, sino un medio para construir una mente más abierta, más crítica y más curiosa.

Y ojo, no estoy diciendo que haya que abandonar los idiomas, yo seguiré llevándole a inglés, claro, y si un día quiere probar con francés o mandarín, aquí estaré, pero también le enseñaré que lo importante no es solo hablar otro idioma, sino entender al otro, que no es lo mismo.

Le enseñaré que puede apoyarse en la IA para traducir, pero que hay cosas que solo se entienden cuando uno se implica de verdad, y si en el futuro hablan todos los idiomas desde un único aparato, la diferencia la marcará quien sepa usarlo sin perder el contacto humano que hay detrás.

Así que …, si estuvieras en ese jardín con nosotros, entre cañas, patatas y niños inventando juegos, te haría la misma pregunta, ¿seguirías apostando por enseñar idiomas …, o empezarías a enseñar otras formas de entender el mundo?