Se atribuye a Bernard de Chartres (siglos XI-XII) la expresión metafórica Nanos gigantum umeris insidentes, utilizada para mostrar la importancia de apoyarse en los trabajos de los gigantescos pensadores del pasado. La empleó Isaac Newton en carta a su, por entonces, amigo Robert Hooke que con el tiempo sería el más detestado rival: “Si he visto más lejos es por haberme encaramado en hombros de gigantes…” La expresión supone el reconocimiento de la dimensión histórica acumulativa del saber y la fe en la capacidad de perfeccionamiento humano. On the shoulders of giants dijo de sí mismo Newton, con no poca soberbia, gaviero capaz de mirar lejos en la impenetrable ciencia. En realidad, el primer científico fue Galileo; Newton, sin restarle ápice de genialidad, fue el último alquimista. No es lo mismo.
Félix de Azúa von Rae, sobre los hombros de Edgar Morin nos obsequió con fascinante artículo (1) que inspiró mi pieza de varios domingos atrás (2). Ni el libro de Morin (2025) -Y a-t-il des leçons de l’histoire ?- ni el magnífico artículo de Félix d’A -Lo irracional- ni mi modesta contribución dominical -¿Ha habido progreso en la Historia?- agotan el tema. Morin y Félix de Azúa insisten en el carácter imprevisible, contradictorio de la Historia. Esto es, el decurso histórico no es lineal ni predecible, por caótico, ni va siempre a mejor empujado por el progreso técnico. Y los mitos siguen poderosamente anclados en las sociedades modernas. Además, un solo individuo, providencial o no, puede cambiar el curso de la Historia. Sin negarle sustancia a este enfoque, surgen inevitablemente preguntas. En el muy largo plazo, lo que cuenta decisivamente para la Humanidad es el proceso de cambio técnico-tecnológico secuenciado en fases de invención/descubrimiento, innovación y difusión. Dejo para otra ocasión explicar con despacio las diferencias entre descubrimiento, invención, técnica, tecnología, innovación, cambio tecnológico y progreso técnico. En el muy largo plazo, vivimos conforme a revoluciones técnico-tecnológicas independientemente de revoluciones políticas o ideológicas (la religión es también política e ideología). El papel de las ideologías sin ser nulo es secundario en tanto motor histórico de las olas de fondo en el largo plazo. La Historia de la Humanidad es la historia del progreso técnico. El resto son batallitas, acontecimientos, narraciones, fechas. El resto son superficiales apariencias que cabalgan la ola milenaria de los cambios técnico-tecnológicos, los cuales, en el largo plazo, se llevan todas las ideologías por delante. Es cierto que judaísmo, cristianismo, islamismo, budismo, etc., subsisten milenariamente, pero adaptándose a las nuevas formas de cambio tecnológico. También los creyentes, excepto las sectas, viven a fondo sus vidas pautadas por la tecnología del momento. Quizás las jerarquías sigan inamovibles en sus dogmas pero los comportamientos de los fieles se uniformizan por doquier bajo la presión social de las tecnologías. Mamdani, nuevo alcalde de NY, es musulmán y ha sido votado por cientos de miles de cristianos y judíos neoyorkinos, todos con iPhone.
Desde los silogismos a los números primos pasando por la electricidad y los horarios precisos reloj mediante, no hay más Historia, con H, que lo que el progreso técnico va sembrando en su decurso. La escritura es el hito técnico que separa la Historia de la Prehistoria. Para llegar a la escritura se necesitaron transformaciones técnicas, no tanto ideológicas aunque pueden ayudar (recordemos el papel del protestantismo, según Weber, y el de la burguesía, según Marx). Eso respecto al pasado ¿Y el futuro? En este sentido el planteamiento de Morin es incompleto al no proyectarse, datos en mano, con visión prospectiva. Urge auscultar con luces largas, encaramados a hombros de los nuevos gigantes, lo que apunta en el horizonte.
Aunque nadie puede predecir el futuro, no es imposible que antes de cincuenta años se produzca la primera discontinuidad radical en la Historia. Nadie puede predecir si será perversa o virtuosa. La discontinuidad a la que me refiero es radical, absoluta, nada que ver con precedentes intentos de filiar discontinuidades históricas. Así, Michel Foucault (Les mots et les choses, 1966) no alcanza a explicar el núcleo duro de la discontinuidad total en enfoque prospectivo, hasta el punto de afectar a la propia naturaleza del ser humano, que está eclosionando asentada sólidamente en la ciencia y alta tecnología. Todo lo que hemos conocido hasta ahora -por muy disruptivas que hayan sido las tecnologías y virtuoso el progreso técnico- no tiene nada que ver, comparativamente, con lo que aflora en el horizonte de la temporalidad deslizante. A pesar del caos apuntado con brío y solvencia por Morin, la Humanidad -con sobresaltos, progresos, retrocesos, caídas y ascensos- ha vivido hasta la fecha un decurso relativamente ascendente y cumulativo -el fuego, la agricultura, el cuchillo, el carro, el cuero, la sartén, los tejidos, el horno, las escaleras, la escritura se utilizan desde hace miles de años y siguen entre nosotros- adaptándose parsimoniosamente en el largo plazo aunque los eventos históricos puedan dar la impresión, contemplados en su inmediatez, de cambios súbitos, repentinos, violentos. Que lo fueron pero sin provocar una discontinuidad.
Siendo optimistas, es cierto que hasta la fecha la Humanidad siempre se ha adaptado a los cambios tecnológicos y, aunque en su fase de adopción expulsaran mano de obra de sus puestos de trabajo o los destruyeran, en el medio-largo plazo generaban nuevas oportunidades, entreveradas de crisis, que llevaban al pleno empleo con salarios reales más elevados que en la fase destructora. En realidad, más que fase destructora hay que hablar de fase desestructurante que da paso a una nueva estructura productiva sin borrar completamente la estructura residual del pasado. Con todo, lo que quiero hacer ver no se entiende auscultando el futuro con instrumentos del pasado ni utilizando criterios de medida comparando lo que no es comparable. No. Eso sería pura inercia mental, influida por lo que ha sido la Historia hasta ahora. Que bien pudiera no volver a adoptar la secuencialidad conocida. Creo que nos encontramos en un umbral cualitativamente distinto a lo que históricamente hemos conocido. Debido a la radicalidad cualitativa de los cambios tecnológicos. Ya se ha realizado la confluencia de IA con robótica dando lugar a una revolución nunca vista en la productividad laboral humana. No es que desaparezcan los puestos de trabajo sino que son ocupados por robots. Si llega a realizarse la confluencia de IA (que, en versiones avanzadas, empieza a manifestar propiedades emergentes) con computación cuántica el cerebro humano será superado más allá de su capacidad innovadoramente original. Ciertamente, hay mucho de ciencia ficción, de momento, en la computación cuántica pero la idea básica…y las burbujeantes inversiones están ahí.
El exponencial desarrollo futuro de biotecnología e ingeniería genética, nanotecnologías, neurociencias y cableado cerebral (modelos transferibles a la IA), nuevos materiales (algunos imitarán perfectamente la piel humana), IA, robótica, capacidad de cálculo y tratamiento Big Data (Data Science), computación cuántica (si se consigue), etc., harán que la relación del ser humano con su entorno físico y social sea radical y cualitativamente distinta que en el pasado. Estos son los gigantes sobre los que tenemos que encaramarnos actualmente para escrutar el futuro. Lo que está en marcha no tiene nada que ver con los cambios tecnológicos progresivos, incluso revolucionarios, que hemos conocido. Lo de ahora es otra cosa. Y ni la regulación –dicho sea por lo fino- puede frenarlo. Y por tanto puede producirse una discontinuidad histórica radical, absoluta.
(1) https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2025-10-18/lo-irracional-articulo-azua/