Miguel de Cervantes, tan atento siempre a los pormenores de la vida real como a los impulsos de la imaginación, dejó en Don Quijote de la Mancha un caudal de referencias médicas, botánicas y farmacéuticas cuya riqueza aún hoy invita a la reflexión. Muchos autores han frecuentado este territorio —Ángel del Valle, Juan Esteva, Javier Puerto o José Manuel González Mujeriego, entre otros—, y sin embargo sigue siendo un campo abierto, porque Cervantes no se agota y cada lectura descubre algo que antes no había asomado. El paisaje, los oficios y los remedios que recorren su novela muestran a un escritor familiarizado con el mundo de las plantas, con los oficios sanitarios de su tiempo y con la costumbre antigua de recurrir a los simples de la naturaleza para curar los males del cuerpo y también los del espíritu.
En las páginas del Quijote encontramos citadas más de ciento veinte especies vegetales, unas veces como alimento, otras como materia medicinal y otras simplemente como parte del decorado vivo que rodea a los personajes. En los primeros compases de la obra, Cervantes se complace en describir plantas herbáceas, arbustivas o arbóreas con una precisión que no puede proceder solo del azar. La formación familiar del autor, hijo de un cirujano barbero y nieto de un médico reputado, explica en parte esta inclinación natural por lo botánico y lo terapéutico, una sensibilidad que se percibe claramente en las numerosas alusiones a hierbas, ungüentos y prácticas de cura que jalonan la novela
No es casual que el propio don Quijote mencione a Dioscórides y al doctor Laguna con la familiaridad de quien ha manejado sus obras, ni que compare un humilde pan y dos arenques con “cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado doctor Laguna”. El eco del De Materia Médica —ese compendio clásico de plantas, tierras medicinales y sustancias animales— tiene eco en la naturalidad con que los personajes hablan de purgas, sangrías, bálsamos o triacas, remedios habituales en la medicina de la época
Y también en la manera en que Cervantes dota de verosimilitud a invenciones como el bálsamo de Fierabrás, que bebe, en el fondo, de aquellos polifármacos que mezclaban múltiples ingredientes en busca de una panacea universal.
Pero más allá de la botánica —que ya es vastísima—, el Quijote ofrece un retrato cabal de médicos, boticarios y barberos, esas figuras que sostenían la salud pública en una sociedad todavía gobernada por los humores y los remedios tradicionales. Aparecen los físicos que firmaban recetas que más ejecutaban los boticarios que ellos mismos; los cirujanos barberos, formados en la práctica y no en los estudios, capaces de sangrar, bizmar y poner emplastos; y los boticarios de genio recio, como aquel toledano al que atribuye su mala opinión de las mujeres
Sancho Panza, siempre tan práctico, ofrece una visión viva de lo que significaba someterse a dietas y abstinencias médicas. Su queja contra el doctor Pedro Recio —ese médico que “no cura las enfermedades cuando las hay, sino que las previene, y las medicinas que usa son dieta y más dieta”— revela con humor la dureza de ciertos métodos preventivos y el contraste entre el hambre real del cuerpo y la teoría médica que justificaba tales privaciones. Bien parece un precedente de médicos actuales que lo prohíben todo, por aquello de prevenir.
Otro punto de interés es la descripción cervantina de prácticas como las purgas y las sangrías, tan comunes y aceptadas que un labrador lamenta que su mujer muriera “purgada estando preñada”, o que un criado vea descontadas de su salario las “dos sangrías que le habían hecho estando enfermo”
La mirada cervantina, sin embargo, nunca es áspera ni técnica: es humana. Las plantas, los oficios, los remedios, todo se integra en la narración como parte natural de la existencia, igual que los caminos, las ventas o los molinos. Cervantes no describe un herbario ni un manual médico: retrata un mundo donde la botánica forma parte de la cultura general, donde cada planta tiene su uso, cada oficio su honra y cada remedio su oportunidad, aunque sea tan imaginario como el bálsamo que pretendía curarlo todo. Esa naturalidad explica que, aun después de tantas lecturas y análisis, todavía podamos volver a estas páginas y descubrir en ellas una farmacia entera: humilde, sabia y profundamente humana, como la vida que Cervantes conoció y supo elevar a literatura.