Ahora que Colombia vuelve a padecer un periodo caracterizado por la violencia en auge, la inseguridad rampante, la corrupción desenfrenada en todos los ámbitos de la administración y el ejercicio de un gobierno ineficaz, perverso e incapaz de gestionar el Estado, conviene recordar que hace más de dos décadas, cuando el país se encontraba en una situación muy parecida e incluso peor, porque las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) perpetraron decenas de atentados casi a diario y se encontraban a las puertas de tomar la capital colombiana, Bogotá, un hombre providencial, sencillo, con las ideas claras y un proyecto político para transformar un país, e incluso llevar la seguridad a sus calles, se hizo con la presidencia de Colombia. Era el 7 de agosto de 2002 y comenzaba el periodo más transformador en la historia de este país.
Ese hombre era Álvaro Uribe, el mejor presidente de la historia de Colombia, sin ambages de duda ni necesidad de utilizar otros eufemismos. En apenas ocho años acorraló, atacó sin piedad y derrotó a las FARC. Recuperó las calles y las carreteras colombianas, controladas hasta entonces por la criminalidad organizada y la delincuencia, dando la oportunidad a millones de colombianos de poder viajar por su país y sentirse seguros por primera vez en sus vidas. Llegaron las inversiones extranjeras, se abrieron hoteles, el turismo apareció por primera vez en la vida económica de Colombia y, de la noche a la mañana, como si hubiera operado un milagro, el país pasó de la noche oscura a una normalidad evidente. También la producción de coca, con la extinción de los narcocultivos como objetivo central de una política eficiente, bajó a niveles desconocidos en la historia de este país. Una nación que se encaminaba hacia el abismo, hacia el suicidio colectivo, encontró a un líder que fue capaz de dotarle de un destino, un sentido y un camino.
Uribe quería haber continuado su mandato, haber sido reelegido por tercer vez en el 2010, pero poderosas fuerzas, en la magistratura y en sus círculos políticos más cercanos, como el pérfido y futuro presidente Juan Manuel Santos, se aliaron contra él, tejieron una conspiración político-judicial para evitar que el presidente pudiera presentarse nuevamente como candidato y así privar a Colombia de otros cuatro años de seguridad, paz, prosperidad y crecimiento económico.
En su lugar, el mediocre Santos fue aupado a la presidencia y comenzaron ochos años de terror. Su famoso proceso de paz, que realmente era un acuerdo con los terroristas de impunidad a cambio de que no mataran sin tener que responder por sus crímenes, no supuso nada para el país, porque la violencia y la inseguridad siguieron campando a sus anchas, mientras crecían los cultivos de coca en todo el país. Incluso el número de homicidios aumentó y la inseguridad pública volvió a ser considerada el principal problema del país para la mayoría de los colombianos. El país volvía, de nuevo, a los viejos y tenebrosos tiempos en que la mafia impregnaba todos los órdenes de la vida. Santos ha sido lo peor que le podía haber ocurrido a Colombia en el último medio siglo; debería haber sido juzgado por traición a la patria.
La cacería contra Uribe, objetivo de la izquierda colombiana
Una vez que el presidente Uribe abandonó la presidencia, la izquierda comenzó la cacería judicial contra el mandatario. Un senador hijo de un terrorista, Iván Cepeda, encabezó la cruzada contra Uribe, utilizando pruebas falsas ante los tribunales, escuchas ilegales obtenidas fraudulentamente e incluso testigos falsos: E inicialmente tuvo éxito con la ayuda de una jueza de conocida trayectoria izquierdista y cercana al propio Cepeda, consiguiendo una sentencia condenatoria y poniendo a Uribe en la picota. Pero, finalmente, el Tribunal Superior de Bogotá ha absuelto en estos días a Uribe después de una calvario judicial que ha durado quince años, entre declaraciones falseadas, calumnias, injurias y una campaña mediática de descrédito público amplificada por los medios de izquierda.
Mientras tanto, el presidente de este país, Gustavo Petro, ha desautorizado este fallo, siguiendo su estela de descalificaciones a la Justicia, desacreditando a los jueces e intentando convertir al absuelto de nuevo en el blanco de las críticas, pero esta vez el juego parece tener un efecto boomerang que inevitablemente le acabará señalando a él como el jefe de la mafia, del narcotráfico, tal como ya le señala abiertamente el presidente norteamericano Donald Trump. Uribe, sin embargo, aparece en el horizonte colombiano como el hombre que fue capaz de evitar caer en el abismo certero hacia donde iba toda una nación en el año 2002.