Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, acuñó el término de ‘hierofanía’ para designar la aparición en la conciencia de un sentimiento inefable que se manifiesta como la representación de Dios. Todos hemos sentido ese acto de revelación sublime frente a un paisaje, una pieza musical, el rostro de una mujer, un verso o una pintura. Si usted quiere vivir esa experiencia, sin necesidad de recurrir a las drogas psicoactivas, ahora tiene la oportunidad de hacerlo visitando la exposición de Juan Carlos Savater, titulada ‘Un río’, en la Galería Leandro Navarro de Madrid.
Savater no es nuevo en esta tarea de creación mística, de la que ha tocado a lo largo de su carrera teclas como las hierofanías uránicas, solares y selénicas, para en esta ocasión centrarse en las acuáticas, líticas, vegetales y telúricas, que son las que aparecen en los inquietantes paisajes de la citada exposición. Escrutando estas pinturas me ha venido a la memoria la temprana obra de Joan Miró conocida como ‘La masía’ que evoca una imagen de su niñez. Este Miró no era todavía ‘surrealista’, como más tarde se le encasilló, era simplemente una representación mágica del lugar donde pasó su infancia. Se considera esta época de la vida como la más feliz pues no cargamos todavía con el fardo de la memoria, son estas imágenes ‘inocentes’ las que recrea Savater, muy diferentes de las surrealistas preñadas de pesadillas inspiradas por la memoria acumulada.
Repaso también la obra de nuestro artista con la deformación de una mirada neurocientífica, hija de mi propia experiencia. Comparo sus hierofanías con las evocadas por las drogas o los trastornos psiquiátricos o neurológicos y no encuentro paralelismos, pues estas tienen siempre un componente teratológico que falta en las imágenes de ‘Un río’. Encuentro mayor afinidad con el ‘síndrome de Stendhal’, ese estado de momentánea felicidad desatado por algo o alguien que nos traslada a nuestra pasada ingravidez en el líquido amniótico, ergástula de la que nunca debimos salir.
En palabras de Henri-Marie Beyle en Florencia:
Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme.