Desde la antigüedad, la buena poesía ha estado bañada por las aguas del mar. Homero, Virgilio y Shakespeare, así lo testimonian, a través de sus obras literarias.
De allí bebió la literatura hispanoamericana. Rafael Alberti, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Helcías Martán Góngora, Hernando Revelo y Jorge Marel, son algunos poetas que le han cantado al mar.
De allí se nutrió el poeta colombiano Gustavo Tatis Guerra quien en su infancia tuvo una relación estrecha con el río Sinú, y luego, en la adolescencia, cuando sus padres lo mandaron a estudiar a Cartagena de Indias, con el mar.
Gustavo Tatis es una figura rara dentro de la poesía colombiana. Y lo bello es siempre raro, como dijo Baudelaire.
A excepción de Aurelio Arturo, Álvaro Mutis, María Mercedes Carranza, Giovanni Quessep y Juan Manuel Roca, nuestra poesía siempre ha sido demasiado pulcra, y sobre-adjetivada.
Desde su primer poemario Conjuros del navegante, publicado en 1988, Tatis nos propone una poesía leve, casi como un susurro, y sin mayores pretensiones (los poetas contemporáneos siempre están gritando a voz en cuello que son poetas).
“Lleva el mar a bordo de sí mismo /nadie sabe adónde lo lleva su sextante de océanos…”. Dice en su poema “El navegante”.
En su larga travesía poética, que lleva 35 años, Tatis no sólo ancla en las aguas del Caribe, sino que sus binóculos marinos le han servido para volver a mirar su infancia y sus ancestros.
Su poesía le dedica un capítulo especial a las mujeres y los animales.
De sus ancestros, reivindicará la figura del padre (“Este niño que reparte luces /en el aposento de las sombras /es mi padre”).
Su parentela familiar atraviesa el poema “La madeja de oro” (“Las mujeres de mi tribu errante no cesan de /pedalear en la vieja Singer”). Así mismo, las tribus indígenas del Caribe colombiano están presentes a lo largo estas siete estaciones que componen su libro: los zenúes, los wayú, koguis y los calamarí.
Las mujeres ocupan un lugar especial en el corazón del poema. Por allí desfilan Isabelita Miranda y su violín celestial, Matilde Flórez y su ataúd que parece una canoa, y Silvia Guerra, y los sabores del tiempo.
En cuanto al reino animal, la poesía de Gustavo Tatis es un bestiario literario donde el lector podrá encontrarse con el colibrí, la gallina, el caballo, el tigre, el delfín, la ballena, y hasta el gallo de Esculapio.
Raúl Gómez Jattin le cantó a las burras. Tatis Guerra le canta al cerdo, y lo pone en el cielo, como en su momento lo hicieron los poetas animalistas, Horacio Benavides, Rómulo Bustos y Nelson Romero.
Los interesados en leer la poesía de Gustavo Tatis, pueden consultar su último libro Conjuros del navegante. Poesía reunida 1988-2023. Publicado por el Grupo Editorial Sial Pigmalión, Madrid, España.