Durante el auge de los fascismos en Europa, entre los años treinta y el comienzo de la guerra en el Viejo Continente, en 1939, la ciudad de Londres se convirtió en el refugio de muchos artistas, escritores, disidentes políticos, judíos de todas los países y un sinfín de categorías sociales y profesionales que encontraron en esta capital inglesa la hospitalidad que sus lugares de nacimiento les negaban en esos tiempos aciagos. Este fue el caso de Stefan Zweig, que aunque austriaco de nacimiento estaba profundamente enraizado en la cultura alemana, y que llegó a Londres en 1934, un año después de la llegada de Hitler al poder y cuando ya sus libros habían sido prohibidos y quemados en una pira pública debido al origen judío del autor. Ser judío en esos tiempos era una asunto muy peligroso.
Zweig dejaba atrás sus amadas Viena y Salzburgo, su posición social prominente en la Alemania de entreguerras y parte de su familia y amigos, como afectos ya perdidos para siempre que el mar anega como leños perdidos, tal cual lo hubiera dicho el también exiliado Luis Cernuda. Stefan cruzó la puerta del exilio para no volver nunca atrás, para dejar entre recuerdos y sombras el mundo de ayer que relataría en una de sus magistrales obras y nunca más volvería a pisar su amada Austria. Zweig llegó a Londres, a un mundo ajeno a su lengua y a su cultura, y en esa suerte de vacío existencial trató de sobrellevar su carga escribiendo, tratando de olvidar lo que había dejado atrás e intentando crear un mundo nuevo sobre las ruinas y cenizas de todo lo que había perdido para siempre sin saberlo.
En Londres, Zweig pronunció un emotivo discurso de despedida en el funeral de su amigo Sigmund Freud en 1939, antes de que la inseguridad y los problemas con la guerra lo llevaran a abandonar Europa definitivamente y terminar en Brasil después de un breve proceso de inadaptación en Estados Unidos, país que no le resultó grato y acogedor. Todo lo contrario de lo que le ocurriría en Brasil, donde se halló como en su casa y fue feliz junto con su mujer durante un tiempo, y finalmente el lugar donde se suicidaría, concretamente en la bella, coqueta e imperial ciudad de Petrópolis. Freud sería el último nexo con él que compartiría Zweig su pasado vienés de gloria, grandeza y también decadencia, tras haber huido el psicoanalista en el último momento cuando Viena ya había caído en las garras nazis, justo en el borde mismo del abismo y en medio de graves amenazas, presiones y desprecio por los nuevos amos.
La llegada de Cernuda a la capital inglesa
En 1938, cuando todavía no se había ido Zweig a hacer las Américas, llegaría Luis Cernuda provisionalmente a la capital inglesa procedente de París para participar en diversas actividades literarias y visitar algunos amigos, pero, finalmente, se acabaría quedando unos nueve años en el Reino Unido en varias de sus ciudades y pueblos. El final de la Guerra Civil española, el 1 de abril de 1939, le encontraría en Londres y precipitó su definitiva estancia en esta ciudad. Zweig y Cernuda nunca llegaron a conocerse, pese a vivir inmersos en un destino parecido por los avatares de una historia caprichosa y azarosa que esculpe los destinos de los hombres ajena a sus voluntades.
Cernuda desplegaría una enorme actividad en el Reino Unido, escribiendo poemas y textos, colaborando en la radio -incluida la BBC-, dando conferencias, desarrollando iniciativas literarias y revistas y, en definitiva, desplegando toda su capacidad intelectual en sus quehaceres literarios. Son años intensos, de numerosos contactos, lecturas de poesía, reuniones y tertulias, tanto con intelectuales locales como españoles a su paso por ese Reino Unido ya en guerra con la Alemania de Hitler. Aprende inglés y se sumerge en la literatura de ese país, leyendo y estudiando a autores como Shakespeare, William Blake, T.S.Eliot y John Keats, entre otros.
Al cabo de unos años, sin embargo, el escritor sevillano comienza a sentir un cierto hastío y una cierta saudade o nostalgia por su tierra, echaba en falta el clima sevillano, el calor de su gente, y el país que, al igual que Zweig, había perdido quizá para siempre sin saberlo. Invitado por Concha Albornoz a Estados Unidos, Luis Cernuda se embarca en marzo de 1947 a este país y allí su amiga le ofrece trabajo en el Mount Holyoke College de Massachusetts, donde por primera vez en su vida le pagaban “de forma decorosa y suficiente”. Atrás quedaría para siempre Londres, donde nunca más regresaría, y después de un largo periplo por varios países latinoamericanos y ciudades norteamericanas, fallecería en Ciudad de México el 5 de noviembre de 1963 sin haber regresado a España, aunque siempre estuvo al corriente de las tendencias literarias y de las grandes obras que, a pesar de la dictadura, se escribieron en esos duros años de la posguerra. Antes de irse de Londres dejaría escrito para la posteridad unos versos con un cierto sabor agridulce sobre la capital inglesa: ”Adiós al fin, tierra como tu gente fría,/donde un error me trajo y otro error me lleva./ Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte”.