El griego Esopo escribió esta conocida fábula en la llamada Época Clásica, tiempo comprendido entre la revuelta de Jonia y el reinado de Alejandro Magno, vale decir cinco o cuatro siglos antes de Cristo. Por aquel entonces, Esopo no imaginó que aquel imaginativo relato podría ser útil para analizar algo tan complejo como la economía y el destino de un país.
Sin embargo, aquí estamos, pensando quién es hoy en día la gallina de los huevos de oro y haciendo uso de la famosa fábula para entenderlo.
Por lógica razón (vivo ahí), el paciente a analizar es nuevamente el estado boliviano, con su mal llamado Modelo económico, social, comunitario, productivo.
El 2006, el movimiento indigenista del país andino, impuso su “modelo” (las comillas son mías) basado en una visión plural constituida por formas de organización económica comunitaria, estatal, privada y social cooperativa. Sonaba bien, sin embargo, pasó lo mismo de siempre: a mayor intervención del estado, mayor fracaso de la economía.
Retomemos, pues, la fábula de Esopo. En el tradicional relato los propietarios de una gallina que ponía huevos de oro, movidos por la codicia, deciden abrir las entrañas del animal para buscar el origen de tanta riqueza, triste sería su decepción al darse cuenta que por dentro la criatura estaba hecha únicamente de carne y hueso. En resumen, sea por ignorancia o simple ambición, los granjeros perdieron el sustento de su riqueza.
Si somos imaginativos y extrapolamos la fábula al día de hoy, podríamos indicar que los modelos populistas vienen jugando a ser los granjeros ignorantes del relato de Esopo, porque se creen que matando a la gallina de los huevos de oro lograrán progreso y desarrollo.
¿Y cuál es esta gallina en la vida real? Pues no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que es el emprendedor privado, y no el Estado, el que genera empleo de calidad, bienes y servicios valiosos, e incluso tributos para sostener a la parasitaria clase política que se sustenta de la burocracia de las naciones.
En conclusión, es el emprendedor privado el que sostiene con sus impuestos al país, pero es este mismo el que debe pelear contra el contrabando, la piratería y la competencia desleal de aquellos que no tributan ni generan empleo. Cae entonces el peso de la responsabilidad en los hombros de siempre y evita las espaldas de los que nunca aportan y sólo perjudican. En el caso boliviano, pasa que, desde el ascenso del populismo de izquierda, se atenta contra la iniciativa particular y se promueve el crecimiento público de un aparato desmedido y monumental que sólo sabe poner traba tras traba. Esta ambición de estatizar a todos y a todo, ha derivado en los tristes días que vive hoy Bolivia: carencia de hidrocarburos, ausencia de dólares y una pelea hipócrita entre el ex presidente Evo Morales, que quiere desesperadamente volver al balcón del poder, y su ex ministro de economía y actual presidente, Luís Arce. Ni el uno ni el otro son la solución para un país empobrecido por los irresponsables bonos y las equivocadas subvenciones, más al contrario son el cáncer de un país que vive enfermo desde que el populismo lo tomó por asalto.
El día que los políticos se den cuenta que la gallina de los huevos de oro es el empresario privado, las cosas cambiarán. En tanto, incrementar las restricciones y la burocracia, dejar el país al borde del colapso y ocuparse de lo político y no de lo técnico es lo mismo que abrirle las entrañas a la gallina para únicamente evidenciar que está llena de los más comunes intestinos y las más silvestres tripas.