Esta parada militar ha sido un guiño para el consumo interno y externo, intentando demostrar al mundo que Rusia sigue siendo una gran superpotencia. También Putin ha querido manipular la historia y mostrar un relato de que realmente sin Rusia la Alemania nazi nunca habría sido derrotada, algo absolutamente falso y que minimiza el papel de sus aliados en la contienda.
El desfile de Putin realmente no ha sido una celebración militar, sino un aquelarre nada improvisado y al que han asistido los personajes más siniestros que uno podría haber imaginado. Junto a generales norcoreanos, chinos y represores rusos, hay que destacar en la lista de ilustres invitados a los cinco dictadores de “moda” de momento, el venezolano Nicolás Maduro, el cubano Miguel Díaz-Canel, el bielorruso Alexander Lukashenko, el chino XI Jinping y el mismo Vladimir Putin.
Por dicho motivo, no ha sido raro que no faltara a la cita Luiz Inácio Lula da Silva, quien estuvo bien calladito y avaló con su pérfido silencio las fraudulentas elecciones venezolanas el 28 de julio de 2024, en que el dictador Maduro se autoproclamó de nuevo presidente, impidiendo al ganador en las mismas, Edmundo González, que se posesionara en el cargo. Lula solamente condena a las dictaduras cuando son de derechas, pero sí son de izquierdas, como la venezolana, mira para al otro lado, como también hace el presidente de Colombia, Gustavo Petro. Qué pájaros.
Pero volviendo al desfile de Moscú, que supuestamente celebraba la victoria del 9 de mayo de la extinta Unión Soviética sobre la Alemania nazi, este acto tenía más de exhibición de fuerza por parte de Putin ante el mundo y sacar pecho en una situación que no es tan favorable como el máximo líder ruso pretende. Los ucranianos han mostrado en estos tres años una notable capacidad de resistencia y revelar con hechos a la comunidad internacional cómo han podido hacer frente a uno de los mayores ejércitos del planeta, el ruso, que ha mostrado su vulnerabilidad y cuyas bajas podrían ser muy altas -ni siquiera sabemos cuantas bajas habrá tenido en esta guerra porque Putin las oculta muy hábilmente y la libertad de prensa no existe en Rusia desde hace años-.
La guerra se ha extendido demasiado, dañando a la economía rusa y generando altos costes para el Ejército ruso, y no se atisba en el corto plazo una salida política y negociada a la misma, aunque Putin, quizá para contentar a un Trump imprevisible e impaciente por no poder resolver una crisis que había anunciado que solucionaría en “24 horas”, anuncia ahora que está dispuesto a entablar negociaciones directas con Ucrania en una semana. Demasiado poco tiempo en un ambiente caracterizado por la desconfianza y el odio mutuo entre las dos partes.
El momento elegido para este anuncio, mientras exhibe músculo militar en Moscú, no es casual porque Putin no ha conseguido el objetivo de aniquilar por completo a Ucrania, tal como pretendía al principio de la guerra, la Unión Europa (UE) no ha roto su consenso de seguir apoyando a Ucrania y salvo dos de sus miembros (Eslovaquia y Hungría) todos siguen apoyando a Kiev y la fortaleza militar de Ucrania sigue intacta. La fachada del desfile no puede maquillar el constatado fracaso del Ejército ruso en los campos de batalla de Ucrania; lo que pretendía ser un paseo militar acabó degenerando en una guerra de desgaste de imprevisible duración.
Luego, aparte del espectáculo propiamente dicho para consumo interno y externo, el relato de Putin, en el sentido de arrogarse para Rusia el monopolio de la victoria en la guerra contra la Alemania nazi, es un relato falso, manipulador y distorsionador, muy en la misma línea del discurso que sostiene contra Ucrania. Sin la ayuda de los Estados Unidos y el Reino Unido, junto con Canadá y Australia, dos países cruciales para que los británicos alcanzaran la victoria, la Unión Soviética se hubiera derrumbado como un castillo de naipes ante los nazis y hubiera cosechado una certera derrota. Los resabios neoimperiales de Putin están llegando al paroxismo delirante desenfrenado. Este desfile, sin presencia de los aliados que le ayudaron a ganar la guerra ni reconocimiento alguno a los mismos, es una muestra más de que el autócrata sigue viviendo en su laberinto sin ningún polo a tierra con la realidad.