Sin duda, una película memorable, no sólo por su contenido sino por la sublime interpretación de los dos principales protagonistas, Colin Firth y Geoffrey Rush, donde en la ficción cinematográfica, el segundo adiestra al soberano inglés aquejado de una disfunción oral, hasta que consigue hablar con corrección y fluidez, enfrentándose a lo que había sido el desafío de pronunciar un discurso público el día de la coronación. El film invita a reflexionar sobre lo esencial del esfuerzo y el compromiso para cumplir con las propias obligaciones, con independencia del origen y la posición social, o la labor a desempeñar.
Salvando las distancias, recuerda a un caso más cercano y real, el del Monarca Felipe VI quien, siendo aún príncipe de Asturias, y hasta poco antes de ser coronado rey, tenía una inconfundible voz de pito que corrigió, se supone que a base de esfuerzo y con la ayuda de un logopeda, algo que señala al titular de la corona de España como un hombre voluntarioso y dispuesto al esfuerzo denonado para conseguir superarse. Algo así debería pasar con Alberto Núñez Feijóo, que viene a explicar por qué no consiguió un gobierno de mayoría absoluta —y de continuar por esos derroteros tampoco conseguirá—, y que se reduce a dos motivos claros.
El primero está relacionado con el habla, y es que uno de los grandes problemas del jefe de la oposición radica en un rasgo que desagrada, tanto en la conducta social como en lo político, y es que cuando se dirige en el Hemiciclo a la oposición, a parte de que, al poco de empezar a hablar, parece que le patina la lengua como si le hubiera dado al morapio, muchas veces da la sensación, por la articulación y su tono de voz, que está a punto de ponerse a llorar, lo que confunde a propios y extraños.
Por otro lado, no ha aprendido nada del actual Presidente del Gobierno, de manera que, cada vez que Sánchez lo increpa en una comparecencia en el Congreso, mudándolo como si fuera el jefe del Ejecutivo y él el de la oposición, mientras Feijóo le larga un monólogo del que el respetable ha perdido la pista a los cinco minutos de la réplica, al ignorar que un líder debe vender esperanza y no la pugna eterna, Sánchez lo corta poco menos que con monosílabos, o con una frase lapidaria como "es usted un mentiroso", fulminándolo sin que nadie pierda el sentido del mensaje.
Y todo esto sucede porque, a pesar de las tablas que debería mostrar el gallego, lo cierto es que el expresidente de la Xunta de Galicia, lejos de ser un político, no es más que un administrador. Este es el segundo gran problema de Feijóo, ya que basa su gestión en el ahorro de recursos, de manera que a su entender, una buena intendencia debe dar siempre como resultado un ahorro presupuestario.
Es decir, que si hay cien millones, al final del ejercicio tienen que sobrar diez, lo que conduce de manera invariable al recorte de servicios y, por lo tanto, a una política equivocada, al olvidar que un gobierno eficiente no debe escatimar a la hora de dotar a sus ciudadanos que, a la postre, son los que sostienen el gasto público.
La verdad es que, aunque yo soy de la opinión de que los partidos políticos son corpúsculos de individuos que se asocian para dibujar el país de sus sueños, aceptando que su función es canalizar la voluntad popular, bien cierto es que, en las democracias, las formaciones mayoritarias son las que ofrecen estabilidad en la vida social y política de los pueblos.
Igual de evidente es que esos partidos deben estar capitaneados por personas con madera de líder, y aquí es donde el PP se da de bruces contra la urna una vez tras otra, por lo que ante la expectativa de un adelanto electoral, deberían ir pensando en un Congreso del que sacar un nuevo paladín. Ayuso no, porque tiene la castaña seca y le pierde la boca, y a Juanma Moreno la labia. Los populares deberían empezar a bucear en su formación para dar de una vez por todas con el hombre de la máscara de hierro, porque como dijo Warren Bennis, el liderazgo es la capacidad de transformar la visión en realidad.