Ese es el título de una película de Sydney Pollack de 1969, basada en la novela de Horace McCoy “¿Acaso no matan a los caballos?”, en la que para ganar 1.500 dólares de premio en plena crisis económica americana, la del 29, unas parejas, en un concurso, bailan y bailan a lo largo de días y días, hasta agotarse al límite por la angustia y el cansancio, mientras un gentío de espectadores morbosos se recrea por su sufrimiento.
Salvando las distancias, y los ritmos y los tiempos, la danza vuelve a ponerse de moda en una época de grandes conflictos, traumas monetarios, corrupción, vergüenzas a ocultar, aranceles como arma arrojadiza, amenazas de represalias, y etc., etc. con Trump el “estratega” a la cabeza.
Una cabeza en la que el cabello preocupa sobremanera a su propietario, indignado por la última portada que la revista Time le dedica, en la que aparece su foto menos favorecedora, a su parecer “ la peor de la historia, porque le han borrado el pelo”.
¡Le han borrado ese tupé, que luce y cuida como a la niña de sus ojos, colocado estratégicamente a fin de disimular sus zonas de carencia capilar! Y quizás para “arropar” su muchas veces incomprendida inteligencia.
Ese tupe de tono amarillo pollo en contraste con el de color anaranjado de su piel, aunque es cierto que últimamente “funde a blanco” seguramente aconsejado por Melania, su hierática wife, que aunque lo disimula muy bien, se comenta que ejerce una influencia poderosísima sobre el presidente y sus políticas, y seguramente, sobre su aspecto físico y muy químico.
Pues si, como Sansón, (el azote de los filisteos, un pueblo enemigo de los israelitas según la biblia, que vivía en lo que entonces era la Franja de Gaza), y que tenía una fuerza sobrenatural en el pelo, Trump cuida al límite el suyo, pensando presuntamente que así evita que “se lo tomen” y que “refuerza de modo sobrehumano su imagen”.
De hecho, asegura la historia, cuando aprovechando que Sansón dormía, sus enemigos le raparon la cabeza, se quedó para el arrastre y se convirtió en esclavo, pero en cuanto –pasados unos días- la melena tornó a esbozarse de nuevo en sus sienes, en un abrir y cerrar de ojos destruyó el templo de Dagón, allá por el 1058 antes de Cristo.
Trump ha destruido el ala este de la Casa Blanca para construir sobre los escombros una sala de baile cargada de arañas de cristal, mármoles y dorados “La más bonita que va a existir sobre la faz de la tierra”.
Y no “se le ha movido un pelo” para anunciarlo, porque sus estilistas utilizan de maravilla la laca, ni se “ha quedado calvo” ante tamaña hazaña, porque ¡danzad, danzad malditos! que “aunque durante más de 150 años, todos los presidentes han soñado con tener un Salón de Baile en la Casa Blanca para albergar grandes fiestas –dice- solo soy yo quien ejecuta tan magno proyecto”
No le importan las gentes desesperadas por la necesidad, ni los casi 300 millones de dólares que costará su ejecución (lo pagan los patriotas americanos, así que no le va a costar ni un céntimo al contribuyente) ¡qué alivio!
¿Qué son 300 millones para quienes no tienen ni para comer?...
Pues mejor, que no coman, que en EEUU hay muchísimos obesos.
A ayunar y a bailar y bailar indiscriminadamente.
Seguro que Donald en su “estratégico y presidencial sueño de una noche de verano” desea poner a danzar como peonzas a los dirigentes mundiales, o universales, o cósmicos.
A los que le caen bien y a los que le caen mal, como por ejemplo Sánchez, Maduro y Zelenski y últimamente Putin y etc, etc, para apreciar mejor de qué pie cojean.
Todos bailando hasta el paroxismo y al ritmo que Él les marque, el más conveniente a sus deseos, a sus ambiciones, y a su ¡América first! aunque a los demás les den tila, o les propinen como dice una amiga mía, una patada en los “tirabuzones”, que a fin de cuentas es muy probable que por tal sobrecarga capilar le resulten molestos a alguien a quien le han borrado el cabello.
A un Trump que aunque “quasi” calvo, que nadie se engañe, ni da puntada sin hilo, ni discurso sin mensaje, ni sala de baile sin afluencia completa de danzarines, ni un solo pelo de tonto.