Al hilo de las tablas

Colombia

Otra vez el cáncer antitaurino, se ha introducido en la tauromaquia con la voluntad de roerlas. Ahora la triste sombra de muerte antitaurina ha nublado el horizonte de Colombia, la tierra que vio nacer a César Rincón; incuestionable figura del toreo en la última década del pasado siglo a nivel universal. La raza entregada del maestro Rincón le colocó en la cumbre del toreo colombiano de todos los tiempos, haciéndole un sitio de privilegio en los anales de la tauromaquia, junto a los más importantes de todo momento 

Colombia ha salpicado de toreros significativos todos los escalafones del toreo; matadores de toros como El Puno – tantos años habitual en los palcos de las Ventas-, El Cali, Jorge Herrera, Dinastía…se han hecho presentes en distintas épocas y con distinta huella en España, Francia y el resto de América. Los brotes verdes del toreo colombiano también han hecho aparecido España, como es el caso de Santiago Naranjo, que en el año 2005 en especie de beca Erasmus taurina, entre las escuelas taurinas de Cali y de Madrid, de la mano del maestro Gregorio Sánchez se alzó triunfador del Bolsín Taurino Mirobrigense. Sorteando el frío penetrante de Castilla y al volumen de los animales a enfrentarse; ostensiblemente más grandes que en Colombia.

Colombia también dejó su muestra entre los subalternos en el Monaguillo de Colombia y Anderson Murillo, que tocaron gloria en la cuadrilla de César Rincón, banderillas y puya en ristre, respectivamente. También podemos contar como una figura entre los mozos de espadas al colombiano Franklin Gutiérrez, tres décadas a las órdenes de Enrique Ponce. Sin llegar a España. El apartado ganadero ha tenido gran significatividad en Colombia, más de 150 ganaderías, con hatos de renombre como los de la Familia Caicedo o los Gutiérrez Arango, sin olvidar al propio César Rincón con su ganadería de Las Ventas del Espíritu Santo. Todo el toreo colombiano tendrá puertas abiertas en el resto del mapa taurino.

Colombia con sus ferias señeras en la plaza Santa María de Bogotá, de Cali, de Cartagena de Indias o de Manizales, donde todas las figuras del toreo rompieron paseíllo, para traerse trofeos, divisas, fabulosas anécdotas y algún que otro amor.

Esa Colombia se despide del toreo por la puerta de la arbitrariedad y la incomprensión, como si la supresión de los toros, no enquistara aún más los problemas sociales que llevan arrastrando en el tiempo. La problemática social sólo se disuelve en respeto, compresión y capacidad de diálogo y perdón, nunca se encuentran vías de justicia y paz, poniendo el dedo en llaga sensible de nadie. Las supuestas medidas a tomar,  en los tres años de prórroga que se han aprobado, paliaran intereses; pero el vacío existencial que supone que personas y pueblos taurinos se queden sin toros, sólo acarreará la pobreza cultural y la tristeza de quien fue y no es, de quien vivió y no vive. 

Pero no se dará el caso, pues la ancestral y atávica tauromaquia, nunca muere por mas que le caiga el peso de la intolerancia y el sinsentido de leyes arbitrariamente revanchistas, que le quieren hacer pagar facturas que el toreo nunca debió. La tauromaquia colombiana queda noqueada, pero no atronada; dormida mas no muerta. Esta eterna ausencia a la que se le quiere condenar a partir de 2027, dará lugar a nuevas emergencias con renovadas energías, que permitan aflorar los grandes valores que tiene y que siempre ha enriquecido tanto al ser humano. 

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