La Receta

La CNMC y las farmacias

Se atribuye a Voltaire la siguiente frase, apócrifa pero verosímil: «quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero». Y si uno repasa las recientes propuestas sobre medicamentos de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), no puede evitar pensar que, para ellos, la salud es poco más que un renglón contable.

La CNMC, en su cruzada por imponer la competencia en todos los rincones de la vida, ha decidido adentrarse también en la farmacia. Y lo hace con la misma fe ardiente con la que la Inquisición perseguía herejes, solo que, en lugar de quemar libros, ahora queman certezas sanitarias.

Nos dicen, por ejemplo, que habría que replantear la exclusividad de las farmacias para vender online medicamentos sin receta. Total, qué más da si un medicamento tiene interacciones peligrosas o requiere consejo profesional. En el Evangelio según la CNMC, todo cabe. Lo siguiente podría ser dejar que te operen técnicos especializados en robots en lugar de cirujanos o que te recete y dispense medicamentos una IA: todo por la competencia.

El problema es que el paciente queda indefenso. Cuando alguien compra un medicamento en una farmacia, no está adquiriendo un simple producto: está recibiendo, junto con él, la seguridad de que un profesional cualificado ha comprobado dosis, interacciones, duplicidades y riesgos. El farmacéutico corrige cada día errores de prescripción, detecta tratamientos incompatibles y aconseja al paciente. Esa función silenciosa es invisible para los economistas de despacho, pero resulta vital para el ciudadano de a pie.

Otra de sus luminarias es flexibilizar la prohibición de la integración vertical en la cadena farmacéutica. Es decir, permitir que los gigantes de la distribución posean farmacias. Porque claro, no hay nada más seguro que concentrar poder en manos de unos pocos para forzar la competencia. La gran paradoja es que, tratando de evitar que las farmacias sean propiedad de los farmacéuticos, que tiene un motivo sanitario, la CNMC propone concentrar la propiedad de éstas en unas pocas grandes cadenas de distribución, sin ningún razonamiento sanitario que lo avale.

La experiencia internacional debería servirnos de advertencia. Noruega, con una población de 5,5 millones de habitantes, tiene apenas 800 farmacias, todas controladas por cuatro o cinco grandes cadenas. Eso significa una farmacia por cada 6.800 habitantes. Mientras tanto, solo en la Comunidad de Madrid existen cerca de 3.000 farmacias para 7 millones de habitantes: una por cada 2.300 personas. La diferencia es abismal, y la consecuencia evidente: en Noruega, hay menos acceso, más distancias, menos proximidad y un servicio al público debilitado. El modelo español, con su capilaridad y su equilibrio entre zonas urbanas y rurales, garantiza algo que ninguna gran cadena puede, ni quiere, asegurar: que el ciudadano siempre tenga una farmacia cerca, abierta, con un farmacéutico disponible.

La CNMC también propone reducir licencias, suprimir la reserva de actividad de los farmacéuticos como directores técnicos en distribución y enredar con la publicidad de medicamentos. Todo sea por la sagrada competencia. Como si el medicamento fuera un detergente o un videojuego. Pero el medicamento es un bien esencial: mal usado, no solo no cura, sino que daña.

Conviene recordarlo: el actual modelo de farmacia española es uno de los más valorados por los pacientes en Europa. No hay ciudadano que quede desatendido, porque siempre hay una farmacia cerca, abierta de guardia o en festivos, con un profesional disponible para orientar y resolver dudas. Ese acceso universal y equitativo no se improvisa: es fruto de una red bien distribuida y regulada, que garantiza que incluso en la aldea más pequeña haya atención farmacéutica. Eso sí que es competencia, y no lo de Noruega.

La CNMC se equivoca cuando ve la realidad a través de su dogma económico. En su catecismo solo existen curvas de oferta y demanda. Lo demás es sospechoso. Como si el único pecado capital fuera la falta de competencia. Pero hay otros pecados, entre ellos la desprotección de los usuarios.

¿Perfectible el sector farmacéutico? Por supuesto. Siempre se puede mejorar en digitalización o coordinación con el sistema sanitario. Pero abrir la puerta a la jungla digital o a la concentración de poder empresarial solo llevará a más desigualdades, más riesgos sanitarios y menos servicio al público. 

La CNMC, en su empeño por desdibujar el papel sanitario de la farmacia, podría caer en parecerse a una nueva Inquisición: con dogma, sin matices, y sin la menor duda en su propia fe.