La especial misión del cirujano taurino sobre su cometido en una plaza de toros, es sin duda una de las grandes funciones que se puedan realizar en el complejo mundo del toro. La responsabilidad de estas personas observando el desarrollo del festejo detrás de un burladero es tan consecuente como notoria. Su presencia “in situ” es determinante para sus primeras valoraciones de la cornada. Nunca han omitido intervenir a un diestro por una inesperada y nunca deseada cogida, aunque sea el festejo de poco relieve.
Estos facultativos, por su encomiado trabajo, son tan imprescindibles en las corridas que podemos decir que de ellos depende que un espectáculo tan arriesgado como es el toreo, tenga lugar a su celebración.
Un torero debe sentirse sosegado y con relativa calma, sabiendo que en la plaza donde actúa hay unos especialistas de la medicina con garantías suficientes que, en el caso de que llegase el inoportuno percance, sepan precaver y subsanar los posibles males por una rapidísima intervención. No hay ninguna duda del alivio para un torero al precisar que existen en las enfermerías estos profesionales.
Los diestros cuando van a torear y hacen el paseíllo, aparte de sus miedos y responsabilidades debidas, toman confianza de que, si llegara la temida cogida, unas manos hábiles y expertas pueden salvarles la vida puesta en peligro por un toro.
En caso que ocurriese, posiblemente sea el momento más tremendo y horrible para el herido, sobre todo, cuando es encaminado hacia las dependencias sanitarias en brazos de las asistencias. De inmediato su mirada agónica y suplicante va dirigida hacia esa persona buena y complaciente que ya se encuentra preparada y mentalizada en la puerta de la enfermería esperando, la que empezará a entregarse con toda su sabiduría y ciencia a la intervención quirúrgica de ese otro ser humano que llega dolorosamente hundido, responsabilizándose de que todo salga bien y satisfactorio en la mesa de operaciones.
En muchas ocasiones, se dan las circunstancias que un torero gravemente herido por una fuerte cornada, ha reclamado la presencia de algún cirujano amigo para que también le intervenga y cree su salvador.
Uno de los casos palpables fue el del moribundo Joselito “El Gallo”, rota su impecable estructura de buen lidiador fuera de lo común por el toro “Bailador” de la viuda de Ortega, en la plaza de toros de Talavera de la Reina, cuando exclamó la frase tremendamente dramática, “traed a mi amigo el doctor Mascarell para que me salve”.
Como la que también dijo el gran “Manolete”, en el hospital de Linares, “don Luís ya no veo, hágame usted lo que pueda, que lástima de mi madre lo que tiene que estar pasando”, igualmente herido mortalmente por el toro miureño “Islero”, médico a quien le unía una buena amistad (refiriéndonos al doctor don Luís Jiménez Guinea), que desesperadamente reclamó su presencia momentos después del percance.
Otro hecho similar fueron las palabras que pronunció en la enfermería de la plaza de Pozoblanco el recordado y poderoso Francisco Rivera “Paquirri”, herido gravemente por la certera cornada que le asestó el toro “Avispado” de Sayalero y Brandés, dirigidas al cirujano de la plaza, don Eliseo Morán, “doctor es muy fuerte la cornada, tengo dos trayectorias, una para allá y otra para acá, abra usted por donde tenga que abrir, lo demás está en sus manos”.
Estas tres frases suplicatorias simbolizan otras muchísimas más de otros toreros que pasaron a la historia de la Tauromaquia entrando por la puerta Grande de los escogidos.
Pueden decir y estar orgullosos todos los diestros, de haber tenido y seguir teniendo cirujanos extraordinarios y dignos de crédito en la mayoría de las enfermerías de las plazas de toros de nuestro país, doctores de gran talla mundial, tanto científica como humana.
No sé lo que sería mejor que le otorguen los toreros a cada uno de ellos como premio y agradecimiento, bien sea un bisturí de oro, o las alas de plata del santo Ángel de la Guarda. ¡Va por ellos! estos honorables salvadores de la vida de tantos toreros.