En mi niñez, el número y gravedad de los delitos era muy inferior que en la actualidad. Un compañero de promoción en la Escuela Oficial de Periodismo, al terminar sus estudios decidió emprender la profesión de policía, y acabó su brillante carrera siendo el número dos de los Comisarios Superiores de toda España. Con este compañero y amigo, con el que sigo en contacto, José Antonio de nombre, compartí tienda de campaña como “maldito” el primer año, y sargento el siguiente en el campamento de El Robledo de las Milicias Universitarias. Me contaba la evolución del aumento de la delincuencia en nuestro país, y me puso como ejemplo que cuando fue destinado en Valencia llevaba las matrículas de coches robados en una cuartilla, y al jubilarse hubiera necesitado una guía telefónica.
En el Madrid de los cuarenta, la mayor parte de los delitos eran de poca monta. Había estafas y robos por necesidad, y una parte de ellos respondían a un oficio. A esta parte pertenecían los timadores y carteristas, que eran por un lado delincuentes, y por otra artistas. En el ejercicio de su profesión, para timar había que dominar, entre otras cosas, el arte de la interpretación. El inventor del timo de la estampita merecería haber pasado a la historia. El primer paso era encontrar a la víctima, entre ingenuo y codicioso, y a continuación desarrollar una historia inverosímil, pero que despertaba la posibilidad de obtener dinero con facilidad.
En cuanto a los carteristas, necesitaban un período de formación, un entrenamiento que precisaba la intervención de un maestro. Hacerse con un billetero, abrir un bolso sin que la víctima se enterara requerían de una habilidad que no estaba al alcance de cualquiera. No sé si el carterista nacía o se hacía, pero su carrera necesitaba de la necesaria ayuda de la práctica.
Entre mis recuerdos infantiles, en mi barrio había una viuda de la que se decía que era madre de dos hijos carteristas. Eran dos hermanos de buena presencia y de gran amabilidad. Uno de ellos tuvo una muerte prematura: se pinchó con un clavo del zapato, y se infectó del tétanos, con un final doloroso y terrible.
Ya como joven profesional , tenía un compañero en el periódico sobrino de una funcionaria en la cárcel de Yeserías. A su hermana, la madre de mi compañero, le sustrajeron en bolso en un trayecto del tranvía en la línea 29.. La funcionaria, convocó a las reclusas cuando se encontraban el patio, y dijo: “A mi hermana le han sustraído un bolso marrón, con un billetero dentro y cinco billetes de diez pesetas. Tenéis 48 horas de plazo para devolverme el bolso y el dinero, por el bien de todas. Ha sido a las doce de la mañana de ayer, en la línea 29 del tranvía, y llegando a Arguelles”. Al día siguiente, un de las reclusas apareció con el bolso y el dinero sustraído. Y dijo,”la persona que me lo ha entregado dice que la perdone, que no sabía que era su hermana”.
Ahora en cambio, la violencia preside los robos en la calle. Se añoran los tiempos de la zarzuela “La Gran Vía” en que el “rata primero”, o el segundo, o el tercero, le devolvieron la cartera al autor de zarzuela, Federico Chueca, junto a Joaquín Valverde, cuando vieron quien era el propietario. En este aspecto, cualquier tiempo pasado fue mejor.