Es complicado aliviarse de la tragedia por la defunción de un amor… y más si a uno le ha dejado hasta la mismísima Runaround Sue (Dion DiMucci, 1961). … Y mucho más en soledad. Y es que resulta llamativo el contraste social entre un duelo por la muerte del ser amado y un duelo por la muerte del amor en la persona a la que hemos abierto nuestros sueños. En el primer aciago contexto, contamos con unos rituales bien conocidos, bien establecidos, bien organizados, que nos hacen vivir en compañía: velatorio, misa, funeral, entierro o incineración, luto. En cada uno de ellos hay un apoyo, una atención, una solidaridad de nuestros próximos. En la segunda desafortunada situación, esa misma sociedad no brinda un protocolo. Nos vemos sin rutas y… solos. Solos. Es posible sostenerse en una amistad, un familiar o un psicólogo; pero no tenemos la ocurrencia de publicar en La Voz de Galicia una esquela por el fallecimiento del amor que nos manifestó otra persona. Además, la resurrección no tiene lugar ante la muerte física; en cambio, en lo relativo a un abandono pasional, el ex puede revivir (sentimentalmente) y, quizás, muy pronto, coleando o paponeándose con nueva pareja. Y, entonces, como seres dejados, nos inundamos con tristeza por la marcha de quien ha sido importante para nosotros, con confusión al no comprender las razones, con ira debido a que nos consideramos traicionados a causa de lo mucho que hemos ofrecido, con miedo por un futuro incierto. Y, en paralelo, por qué no, deseando en cualquier segundo oír unas palabras de retorno, y si es con el estilo de Frank Sinatra, ideal (Let me try again, 1973). … O, como consuelo, con cierta mínima ilusión de ser una luz duradera. «- Estuvimos casados treinta y cinco años, pero EIisa siempre te quiso a ti. / - ¿Pero qué dices, Alfredo? Elisa y yo fuimos novios cuando éramos jóvenes. Creo que incluso fue ella la que me dejó. Ha pasado tanto tiempo que ya no me acuerdo. / - Sí, te dejó ella. El 8 de septiembre de 1970. / - Exactamente. Alfredo, ahora estás trastornado. Es normal. Es… / - No estoy trastornado. Elisa siempre amó. Siempre. A un solo hombre. Tú», nos hace escuchar Paolo Sorrentino (La gran belleza, 2013).
¿Y abrir, de nuevo, muy rápido, puertas íntimas? ¿O hasta cuánto esperar para usar una llave? ¿19 días? ¿500 noches? ¿Qué me respondes, Sabina? No sé. De verdad, ahora no sé. Lo trágico, seguro, es si en el intento de una reconstrucción somos protagonistas de otro desastre afectivo, según leemos con Leonora en Entre naranjos (Vicente Blasco Ibáñez, 1900). «Me hizo soñar en una primavera eterna de amor y me abandona... Ha jugado conmigo... Se burla de mí... y no puedo aborrecerle. ¿Por qué me despertó cuando yo estaba allá abajo recogida, tranquila, insensible, en un egoísta aislamiento?». De todas formas, y a pesar de lo señalado, reconozco el valor de querer rehacernos; si bien, en la actualidad, descubro que la tarea no es fácil. Y es que parece vieja de moda mi visión ya en momentos de alegría estilo Garcilaso de la Vega («En tanto que de rosa y azucena / se muestra la color en vuestro gesto, / y que vuestro mirar ardiente, honesto, / enciende al corazón y lo refrena […]»), ya en ocasiones de desdicha a lo Gutierre de Cetina («Ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿por qué, si me miráis, miráis airados? […]»). Ahora aconsejan que sepamos movernos en aplicaciones y redes sociales; pero, no les miento, yo vivo desorientado. Y estoy perdido ante términos como banksying (hacer saber que una relación se va a acabar y planear su ruptura), breadcrumbing (mantener el interés de alguien con miguitas de atención), catfishing (crear una identidad falsa para iniciar un vínculo), ghosting (desaparecer sin aviso y sin motivo), hoovering (manipular a una expareja con el fin de retomar la relación), por ejemplo. Y ese glosario me hace ver que lo trending topic es un romanticismo ajeno, un romanticismo a veces tóxico, con la intención de controlar, dañar y manipular. Hoy en día, lo que escuchamos en Atraco a las tres (José María Forqué, 1962) no se lleva. «Fernando Galindo, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo» no vale. Y aun palabras y expresiones como ligue, plan, rollo, tirarse a alguien, tonteo parecen estar off. En nuestro presente lo on es lo -ing. ¡Pero si hasta el dormir separados en una misma casa lo llaman sleep divorce! En fin, me doy cuenta de que Cupido prefiere el (algo) ritmo del inglés. Y clics en lugar de flechas. ¡Es tan sencillo acortar la distancia amorosa con un simple toque! O tres. Tic. Tic. Tic. Y, entonces, más pronto que tarde, él mismo, Cupido, dejará de ser Cupido para convertirse en un robot sexual con IA. Y, entretanto, yo seguiré fuera de este mundo, como Paul Bäumer queriendo alcanzar mariposas incluso desde una trinchera (Sin novedad en el frente, 1930). O delante de una casa, esperando ver asomarse a esa persona amada. O junto a ella, muy cerquita… y hablar. «- Ahora te daré un beso en la nariz. / - Sí, por favor. / - ¿Puedo decirte que hueles muy bien? / - Debe de ser mi nuevo champú. / - No es el champú. Hueles a pañuelos limpios y recién planchados, como el campo en primavera». Algo así declara Joe Gillis a Betty Schaefer en la película El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950). ¿Y utilizar el correo electrónico, aunque se nos ofrezca como una estrategia cibertransnochada? Pues también. Eso sí, con este recurso, siempre con un par… de arrobas.