Prisma Internacional

El antisemitismo nunca se va: el caso de Rumanía

El ascenso de un candidato claramente neofascista en Rumania, George Simion, es realmente preocupante, aunque solamente haya llegado a la segunda vuelta presidencial y no haya conseguido su máxima aspiración. Pero un 45% de los votos es un resultado preocupante y refleja la desmemoria histórica de millones de rumanos.

Simion es una mera marioneta de Calin Georgescu, un admirador declarado de Ion Antonescu, quien fuera dictador de Rumania en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y ejecutor del Holocausto en ese país, asesinando a más de medio millón de judios. Georgescu ya había ganado otras elecciones presidenciales, en su primera vuelta, y fue inhabilitado como candidato por el Tribunal Constitucional rumano por las supuestas injerencias rusas en la campaña electoral en este país y dejado fuera de juego. Simion, sin embargo, fue autorizado a participar en estas elecciones y su discurso era una copia calcada del de Georgescu. 

El antisemitismo siempre ha estado presente en la vida cotidiana de Rumania, tanto durante los periodos más negros de la historia, como lo fue la dictadura de Antonescu y después durante la larga glaciación comunista (1945-1989), y aunque parezca increíble, pese a los avatares y cambios producidos ya llegada la era madura de la modernidad, nunca pereció en las ideas políticas de este país, tanto a la izquierda como a la derecha, paradójicamente.

Como muestra de esta permanencia ideológica y trasversal ideológicamente hablando, conviene recordar que durante la dictadura comunista el Holocausto era tratado como un asunto carente de importancia -pese a que la comunidad judía local fue borrada del mapa- y que la responsabilidad del genocidio fue atribuida, no erróneamente sino con una intencionalidad manipuladora en el sentido nacionalista, a los húngaros y a los alemanes, ambos aliados en la “cruzada” genocida contra los judíos. Los alemanes, ya contagiados por el virus nazi desde 1933 y presas de la soflamas nacionalsocialistas que les llamaban a purificar la raza sin influencias de las “ratas judías”, y los húngaros porque ya se habían dejado seducir por el mismo odio que sus coetáneos germanos.

Ahora, con este auge del nacionalismo más revisionista, chauvinista y racista, los rumanos reviven de nuevo la peor parte de su historia más siniestra y oscura, como lo fue la época de Antonescu y la Guardia de Hierro, el partido de corte nazifascista que fue protagónico en los años treinta y cuarenta y en el que militaron algunos de los intelectuales más importantes de este país, como Mircea Eliade, Emil Cioran y Vintila Horia, entre otros. Los rumanos de entonces y quizá muchos de ahora pasan por alto estos hechos y no quieren mirarse en una historia que no les resulta grata. 

Quizá esto se debe a que el pasado siempre vuelve, como una ola, y acaba arrojando sus peores muestras a nuestros rostros cuando ya incluso nos hemos olvidado de nuestra historia, que, como lo peor de nuestras biografías, tiene sus lados y aristas oscuras. Durante décadas en Rumania se hablaba del Holocausto como algo ajeno y lejano que no tenía nada que ver con los rumanos, pero la terrible verdad escondía los peores crímenes y entre sus inocentes vecinos se escondían verdugos abyectos y sádicos criminales. Reconciliarse con el pasado, asumir las culpas y tu propia historia, tal como lo saben los alemanes, no es tarea fácil. Rumania debe enfrentarse con los monstruos del pasado y asumir estos luctuosos hechos. 

Pero conviene recordar los mismos con claridad y precisar cuantitativamente y con exactitud la magnitud del Holocausto en Rumania, que se extendió más allá de sus fronteras, cuando el Ejército rumano, en colaboración con los nazis, perpetró horrendas matanzas en Ucrania, Moldavia y Transnistria. Durante el Holocausto, Rumanía fue el responsable de la muerte de cientos de miles de judíos, especialmente en estas zonas ocupadas por los militares. Se estima que entre 290,000 y 360,000 judíos sobrevivieron a este periodo, aunque se perdieron más de 800,000 vidas en la ejecución del Holocausto en esta parte de Europa. Recordar el Holocausto en toda su verdadera dimensión no solamente es un ejercicio pedagógico para que las futuras generaciones no caigan en las mismos errores, sino una obligación moral y ética con las víctimas que ya no puedan demandar esa obligada reparación para la posteridad. 

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