Cuando fuimos peces

Akio Maruyama: el guardián de las muñecas de papel

Hay días en que la vida se empeña en recordarnos su aspereza, como si quisiera probarnos con varapalos y silencios. Y, sin embargo, en medio de esa intemperie, de pronto nos concede un respiro luminoso, un instante que parece arrancado al milagro. Así me siento estos días, al asistir a los talleres de Akio Maruyama: un joven nacido a los pies del Monte Fuji que, con la fragilidad del papel entre sus manos, nos devuelve la certeza de que la belleza puede salvarnos. Sus muñecas de washi no son simples figuras: son cuerpos de memoria, delicados fantasmas que resisten al olvido. Y al contemplarlas, uno entiende que incluso en lo más frágil late la eternidad.

Akio Maruyama, nacido en 1989 y formado desde niño por su madre Noriko, maestra de este arte, comprendió pronto que las washi-ningyô podían desaparecer junto con los últimos artesanos. Decidió entonces convertirse en su portavoz y guardián. Desde Hamamatsu, donde reside desde 2012, investiga, produce y enseña muñecas que han viajado ya por España, México, Francia, Italia y Japón. «Mi pasión viene de mi madre», dice. «A los 16 años aprendí a hacer muñecas de papel, pero entonces no me interesaba. Con el tiempo, al crecer, me apasioné». Esa pasión se convierte hoy en un puente entre generaciones.

La historia de las muñecas de papel japonesas es también la historia del propio papel en Japón: primero, formas rituales como las tachi-bina; luego, muñecas lúdicas como las anesama-ningyô; y finalmente, esculturas tridimensionales, las washi-ningyô, que son pura contemplación. El papel, frágil y perecedero, apenas deja huella, y por eso la reconstrucción de esta tradición comenzó recién a mediados del siglo XX.

El arte se remonta al período Edo. Las anesama-ningyô eran muñecas sin manos ni pies, con peinados elaborados que concentraban toda la atención. Las técnicas se transmitían oralmente, de madre a hija, como un secreto compartido. Conviene distinguir: las washi-ningyô son figuras humanas hechas con papel japonés, tridimensionales o planas con relieve; las anesama-ningyô son un tipo particular, donde la cabeza es protagonista y el cuerpo apenas la sostiene.

El papel japonés, hoy patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, se caracteriza por su resistencia y belleza. A diferencia del origami, que se limita a doblar, el washi-ningyô corta, pega y da forma, como un modisto que viste a su modelo. Cada muñeca nace de un cilindro blanco que se convierte en cabeza, de un cuerpo armado con paciencia y de accesorios que completan la figura.

El tiempo de creación varía: una muñeca plana puede hacerse en una hora; una geisha sencilla, en seis; las más complejas, en muchas más. Para un principiante, dos horas bastan para la primera muñeca, pero el verdadero aprendizaje exige cultura: cada nudo, cada proporción, cada accesorio reproduce con fidelidad la tradición. Akio ha alcanzado su nivel tras décadas de práctica.

Como tantas artes que dependen de la habilidad manual y del conocimiento artesanal, el washi-ningyô enfrenta la falta de relevo generacional y el olvido de las técnicas. Akio lucha contra ese destino, convencido de que cada muñeca es un puente entre pasado y futuro, entre la fragilidad del papel y la permanencia de la memoria.

Epílogo

Cada muñeca de papel que nace de las manos de Akio Maruyama parece contener un secreto: la fragilidad del instante y la obstinación de la memoria. El papel, que podría deshacerse con un soplo, se convierte en cuerpo, rostro y gesto. Y en ese tránsito, nos recuerda que también nosotros fuimos materia leve, peces que nadaban en aguas antiguas, criaturas efímeras que buscaban permanecer.

El washi-ningyô es más que un arte: es un espejo de lo que somos. Entre pliegues y colores, late la certeza de que la belleza no está en durar, sino en resistir al olvido. Como peces que alguna vez fuimos, seguimos nadando en la corriente del tiempo, y en cada muñeca de papel se guarda la promesa de que la memoria, aunque frágil, puede ser eterna.