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Los trofeos en las plazas de toros

Antiguamente, el torero y sus auxiliares daban la vuelta al ruedo después de dar muerte al toro en los cercados o plazas mayores de la villa habilitadas para la ocasión. Llevaban los capotes abiertos y cogidos con las manos por las puntas, allí les lanzaban desde el graderío toda clase de objetos; monedas, puros, cigarros, conejos, pollos, etc.… En la actualidad todavía les siguen echando sombreros, botas de vino, pañuelos, flores, prendas de vestir y algún que otro animal de granja, como gratitud y admiración.

Con la historia del toreo, desde los más antiguos “matatoros” hasta los más modernos toreros, ha sido por norma general y tradición popular, cuando triunfan premiarlos (antes regalos, ahora trofeos) según importancia de la faena, teniendo su origen en una costumbre humana, puesta en vigor por los Maestrantes.

Concretamente, entre los siglos XVIII y XIX, cuando un torero realizaba una excelente faena, el Presidente del festejo le regalaba el toro completo, época de mucha necesidad para vivir, conducía a que el diestro presto vendiera la carne del animal lidiado y así conseguir unos necesarios dinerillos para él, cuadrilla, familiares u otras personas allegadas a ellos, terminando con esta norma años posteriores por la falsa y picaresca comercialización que a veces se hacían de las carnes por parte de los contratistas adjudicatarios en las plazas, ya que sus ganancias era vender los toros al mejor postor, motivo por lo que los Maestrantes instauraron como trofeo simbólico otorgar al espada merecedor la oreja del enemigo vencido para después dárselo. Aunque hubo casos pocos serios en algunas ocasiones, concediendo trofeos indebidamente por favoritismo.

Existe constancia que, en la plaza de toros de Madrid, enclavada junto a la Puerta de Alcalá y Jardines del Buen Retiro, les otorgaron unos premios en metálico a dos toreros bufos: Leandro Sánchez “El Cacheta” y Francisco Serrano “Paco el de los Peros”, sinónimo que tenía por vender frutas, por arriesgar ambos sus vidas una tarde.

En la plaza madrileña de la Carretera de Aragón, año 1876, a los dos años de su inauguración, el diestro algecireño José Lara “Chicorro”, al toro Mediasnegras del ganadero Benjumea, le hizo el salto de la garrocha, le puso tres pares de banderillas cortas al quiebro, arrancándole la divisa de un manotazo, ofreciéndosela a los príncipes de Baviera que ocupaban junto al rey Alfonso XII el palco regio, terminando con la res de un certero volapié. El público enloquecido, sin saber de que modo había que expresar el mérito de “Chicorro”, pidieron desaforadamente que le concedieran el toro, a lo que el presidente accedió. Entregándole al valiente matador una oreja del animal despachado, mostrándosela al ilustre palco y asistentes que le aplaudían con delirio por un acto sin precedentes, sirviendo como justificante de la res regalada por tal hazaña.

A los 22 años de este hecho, ocurre en la misma plaza otro caso similar. El referido torero bufo “El Cacheta” nacido en Bolaños (Ciudad Real), actuaba junto al rejoneador Fernando de Heredia, imposible el caballero dar muerte al toro de nombre Calero, se va hacia el animal dicho “Cacheta”, y de media estocada en las agujas lo tumbó patas arriba, el alcalde de Madrid, el Conde de Romanones que presidía el festejo, ordenó que le entregara la oreja del toro al diestro, para después comprobar a que res le correspondía su falta para regalárselo en compensación por tan heroico hecho.

Hemos de hacer constancia que, en tiempos de “Lagartijo” y “Frascuelo”, a lo largo de más de 20 años de competencia, entre otros toreros de la época, nunca se le concedió a ningún diestro un trofeo. Ello es lo que demuestra que no era lícito ni reglamentado.

Pero el día 2-10-1910, en la referida plaza de Madrid de la Carretera de Aragón, fue cuando se otorgó oficialmente la primera oreja al diestro madrileño Vicente Pastor, por lidiar el toro Carbonero de Concha y Sierra, al que hubo de castigarle con banderillas de fuego por su peligrosidad. Pero ya sin regalo del toro.

Posteriormente y hasta la presente se están concediendo en todas las plazas, orejas y rabos, incluso en épocas no muy lejanas hasta patas, por cierto, muy bien suprimidas por lo horroroso ver un animal tan mutilado camino del desolladero, como premios al diestro merecedor a tenor de la faena realizada, con “votación” mayoritaria por parte de los espectadores con el airear de sus pañuelos blancos, pero siempre con el beneplácito de la Presidencia.

Otros detalles sobre la concepción de trofeos, diremos que el primer rabo oficial, se lo concedieron al torero Matías Lara “Larita”, en Jaén, año 1915, pero creyendo que era una burla se lo arrojó al presidente. Este matador, fue quien más veces se encerró en solitario con seis toros, lo hizo en 26 tardes, y nunca se le devolvió un toro.

Joselito “El Gallo”, cortó la primera oreja oficial, que se otorgó en la Maestranza de Sevilla, septiembre de 1915, al toro Cantinero de Santacoloma.

Juan Belmonte, fue al año siguiente, 1916, quien cortara la primera oreja en la feria sevillana de abril.

Rafael “El Gallo”, inscribiría su nombre de los elegidos, al cortar por primera vez dos orejas a un mismo toro también en la feria de abril, 19-4-1921.

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