Para Jordi Matamoros, escribir es casi una catarsis terapéutica desde la que busca la autenticidad, el compromiso con la sinceridad y la profundidad en las relaciones con el resto de las personas. Iluminado por el sol mediterráneo de su Badalona natal, su letra es la expresión de lo genuino, una narrativa descriptiva que versa sobre lo cotidiano hasta transformarlo en ensoñación, con un sello personal que imprime un estilo inconfundible. Matamoros escribe inspirado por un pacto en pos de la luz, que le permita tomar el cielo por asalto y compartirlo con la humanidad.
Procedente del verbo emerger, por definición, el adjetivo emergente determina a aquel o aquello que emerge, que nace, sale y tiene principio de otra cosa, y por extensión emergente es lo mismo que decir flotante, ascendiente, naciente o saliente.
Para el caso que nos ocupa, emergente es aquel que comienza a descollar, sin importar su edad y ocupación, aunque nuestro interés se centra en las artes y las letras, queremos vernos las caras con aquellos que sobresalen o comienzan a hacerlo, a destacar, despuntar, resaltar o distinguirse, para conocimiento geneal del respetable, y qué mejor que haciéndonos partícipes del personaje.
El personaje invitado:
Jordi Matamoros Sánchez
Seudónimo, alias, nombre artístico o de guerra.
Jordi Matamoros, me dijo una vez un editor que con un apellido como el mío, ni se me ocurriera utilizar sobrenombre.
Nombre, lugar y fecha de nacimiento.
Badalona, Barcelona, España. 7 de Febrero de 1967.
¿Por qué escritor?
Soy escritor porque no sé vivir de otra manera. Para mí escribir no es una profesión, es una necesidad. Es la forma en que entiendo la vida, en que me enfrento a mis dudas y obsesiones. Escribir me permite transformar lo que me inquieta y compartirlo con los demás. No fue una elección, fue algo que me eligió a mí.
¿Cuándo supiste que lo tuyo era esto?
No hubo un momento exacto, sino una sensación que me acompañaba desde siempre. Supe que lo mío era escribir cuando descubrí que, al hacerlo, todo lo demás desaparecía: el dolor, la culpa, la rutina. Sentía esa especie de corriente en la nuca, ese picazón que me decía que estaba vivo solo cuando escribía. Ahí entendí que no era un hobby ni un pasatiempo, era mi manera de existir.
Un norte o principio inamovible
Mi único norte inamovible es la honestidad. Tanto en la escritura como en la vida, intento no engañarme ni engañar. Prefiero una verdad incómoda a una mentira hermosa. Escribir, para mí, es un acto de desnudez, y ese principio de sinceridad es lo que guía todo lo que hago.
¿Cuáles son tus influencias?
Mis influencias no vienen solo de la literatura, sino también de la historia, la religión y la filosofía. Me inspiran los escritores que se atrevieron a mirar de frente la condición humana, desde Dostoievski hasta Saramago, pero también me influyen las crónicas de la colonización, la Biblia como texto narrativo y las voces africanas y latinoamericanas que hablan del dolor y la resistencia. Al final, mi escritura nace de esa mezcla: de lo que leí, de lo que viví y de lo que imaginé.
¿Y tu referente?
Más que un referente concreto, me guían las voces que se atreven a desnudar la condición humana. Si tuviera que nombrar uno, sería Dostoievski, pero en realidad mi verdadero referente es la necesidad de escribir.
¿Cuál es, a tu juicio, la mejor novela?
No creo que exista una 'mejor novela' absoluta. Para mí, cada gran obra cumple algo distinto: unas muestran la profundidad de la condición humana, otras la belleza de la imaginación, y otras nos confrontan con verdades incómodas. Si hablo de una que me marcó profundamente, podría mencionar 'Crimen y castigo' de Dostoievski, por su capacidad de explorar la culpa y la redención. Pero siempre digo que la mejor novela es la que te hace mirar dentro de ti mismo.
¿Y tu mejor obra?
Siempre digo que mi mejor obra es la que todavía no he escrito. Cada libro es un peldaño, un aprendizaje, una búsqueda. Claro que tengo un cariño especial por El gran cultivador, porque marcó un antes y un después en mi trayectoria, pero creo que lo mejor está aún por llegar. Escribir es un camino, no una meta.
¿A quién consideras el mejor escritor?
Para mí, algunos de los mejores escritores son los que han sabido explorar el terror no solo como género, sino como reflejo de lo que llevamos dentro. Pienso en Edgar Allan Poe, que convirtió las sombras del alma en literatura inmortal; en H. P. Lovecraft, que nos mostró el miedo cósmico y lo insignificantes que somos; o en Stephen King, que con su mirada tan humana logra que el horror esté siempre al lado de lo cotidiano. Todos ellos, a su manera, tocan la esencia del ser humano a través del miedo.
Con quién cenarías, con quién no, y porqué.
Cenaría con Edgar Allan Poe, porque su obra me marcó profundamente y me gustaría preguntarle cómo convivía con sus propios fantasmas. También con Stephen King, porque ha sabido mantener viva la esencia del terror y hacerlo cercano a la vida cotidiana.
Con quién no cenaría… con cualquiera que utilice la literatura como propaganda o como simple mercancía. No me interesa la palabra vacía, prefiero compartir mesa con quien haya sangrado en sus páginas.
¿El hábito hace la monje?
El hábito no hace al monje, pero lo delata. Puedes vestirte de lo que quieras, pero al final lo que eres termina saliendo a la luz. En la escritura pasa igual: no basta con la pose de escritor, lo importante es lo que dejas en la página. El hábito engaña; la obra, nunca.
¿Crees que la cultura en general es independiente?
No, la cultura nunca es del todo independiente. Siempre está atravesada por el poder, la política, la religión o la economía. Lo que sí puede ser independiente es la mirada del creador, su honestidad para no dejarse domesticar. La cultura es un campo de batalla, y ahí el escritor debe decidir si se pliega al sistema o si lo confronta.
¿Y la novela en particular?
La novela, como parte de la cultura, tampoco es completamente independiente. Siempre está influida por el contexto, la historia, las creencias y las experiencias del autor. Pero dentro de esos límites, tiene un poder único: permite explorar la condición humana, confrontar verdades incómodas y crear mundos que cuestionan la realidad. Para mí, escribir novela es un acto de libertad dentro de lo inevitable: es donde puedo ser honesto y desafiar lo establecido.
Tu última obra
El sello de la ira
Tu próximo proyecto
El Custodio de la luz
Una anécdota divertida.
Entre divertida y curiosa, una vez estaba leyendo un libro de Ángel Gutiérrez y David Zurdo, dos escritores españoles, y vi un número de teléfono completo en el libro. Llamé pensando que sería algún golpe de publicidad, y para mi sorpresa conseguí hablar con Ángel Gutiérrez. Le conté que era fan de ellos, que había leído todos sus libros, y que simplemente llamaba por curiosidad. Esa llamada llevó a una conexión más profunda: los conocí en un San Jordi en Barcelona, y uno de sus libros, 'La Torre Prohibida', incluyó agradecimientos hacia mí. Incluso, parte del libro está inspirada en textos míos: hay un personaje, un chamán, que está construido exclusivamente con frases mías. Fue algo increíble, divertido y emocionante, y todavía lo recuerdo con mucha ilusión.
Por último, si tuvieras una varita mágica, ¿qué harías?
Si tuviera una varita mágica, no cambiaría el mundo de forma inmediata ni superficial. Más que nada, intentaría dar a cada persona la capacidad de ver la verdad sobre sí misma y sobre los demás, de entender las consecuencias de sus actos y de conectarse con su propia creatividad. Sería un acto de despertar conciencias, porque creo que la verdadera magia está en la comprensión y en la transformación interior, no en los trucos fáciles.