Pocas tareas burocráticas parecen tan estimulantes como la visita de inspección de tabernas.
En los años sesenta, el dibujante donostiarra José María González Castrillo, más conocido como Chumi-Chúmez, reunió a un grupo de amigos, entre los que había varios dibujantes de la revista “La Codorniz”, para crear la “Visita de Inspección de Tabernas”. Los miembros de este colectivo se obligaban a visitar las tabernas de Madrid con la loable misión de realizar unos estudios empíricos sobre las mismas. Su trabajo de campo consistía en realizar un análisis integral de las tascas, justificado por su gran relevancia social. En pos de una meticulosa recopilación de evidencias empíricas in situ, los investigadores requerían al camarero que les proporcionara unas muestras del vino, la cerveza o el vermut que allí se servía. Acto seguido procedían a su catalogación mediantes técnicas de trabajo de tipo cualitativo, aunque a veces, la bondad de los vinos requería que se aplicasen además técnicas cuantitativas. Seguidamente se realizaba la interpretación de los chatos ingeridos, y de las tapas y raciones proporcionadas por el tabernero, relacionándolos con la decoración del local y el ambiente sociológico para, finalmente, aportar sus conclusiones, valorando y puntuando cada taberna visitada. Este equipo de investigadores se distinguía por su gran capacidad de trabajo, que les permitía visitar hasta cinco o seis tascas en una sola jornada laboral.
Yo siempre he sentido una secreta admiración hacia los inspectores públicos, pero, sin duda, mis favoritos han sido los dedicados a la inspección de las tabernas. No se rían. No es una tarea nada fácil. Les contaré un caso que conocí escribiendo la historia de la taberna Casa Labra. En el año 1900, se traspasó la taberna a una familia riojana que contrató a un aprendiz de camarero. En su primer día de trabajo, el nuevo camarero estaba muy nervioso, deseando demostrar su valía a los dueños. En esas, entró el primer cliente: un señor muy serio que lo miraba todo con curiosidad. El camarero, ansioso, empuñó un vaso de chato y bramó a pleno pulmón:
-¿Qué le pongo, señor?
-No me ponga nada. Soy el inspector municipal.
-Me parece muy bien, pero dígame, qué va a tomar.
-Le repito que no quiero nada. He venido a hacer la inspección de la taberna.
El camarero, fuera de sí, agarró al señor por el cuello de la gabardina y lo echó a la calle gritando:
-Esto es una taberna, y aquí se viene a beber, no a inspeccionar!
Este incidente estuvo a punto de ocasionar el cierre del bar, cuyos dueños tuvieron que despedir al camarero y negociar con el Ayuntamiento una salida al conflicto.
Siendo yo joven, mi padre me propuso hacer la carrera de Derecho aduciendo que se convocaban bastantes plazas para no sé qué cuerpo de inspectores del Estado. Hice mal en no hacerle caso. Tal vez me hubiesen destinado a la inspección de tabernas. Quién sabe. Para reparar mi gran error, unos años después me puse a escribir mi primer libro: “Tabernas y tapas en Madrid” (Ediciones La Librería, Madrid 2003). Este libro requirió una concienzuda investigación empírica que me proporcionó bastantes satisfacciones. Aún hoy, siguiendo la estela de mi admirado Chumi-Chúmez, continúo con las “inspecciones” de tabernas.