Este suceso levantó ampollas y podía haber sido uno más de los muchos que ocurrieron en Madrid a finales del siglo XIX.
Concepción, una joven de 15 años, de padre trabajador y buenas costumbres, se escapa un día de casa, va derecha a la Costanilla de los Ángeles y se dirige a un burdel. En los últimos tiempos se mostraba irascible, brusca, desobediente y se escapa continuamente a tabernas de mala nota, siempre acompañada de hombres mayores de dudosa reputación.
Pero en esta ocasión, la ausencia dura más de lo acostumbrado. Después de muchas averiguaciones, la familia sigue la pista del burdel. La joven ya ostenta nombre de batalla: Patrocinio Rivera, y tiene en regla una cartilla expedida por la Sección de Higiene, que le permite ejercer la prostitución. En esos años, amas y prostitutas pagaban una tarifa en concepto de inscripción sanitaria, cartilla sanitaria y reconocimientos médicos.
Sus padres fueron a recogerla y se la llevan directamente al convento de las Adoratrices en la calle Leganitos 5.
La Orden de las Adoratrices fundada por Micaela Desmaisieres, vizcondesa de Jorbalán, que llegaría a los altares como Madre Sacramento, recogía de la calle a mujeres de cualquier edad, en peligro de extravío. De la misma manera, recogían mujeres que habían salido de la cárcel y no tenían donde ir.
Ya en el convento, en el tratamiento reformador estaba desterrada la corrección y solo se practicaba la persuasión.
Se las enseñaba a leer, escribir, coser, bordar y nociones elementales de cultura general, para que al salir de allí pudieran encontrar un trabajo digno.
La mayoría de esas internas habían trabajado en prostíbulos, tenían la cartilla de prostitutas y después de su paso por un establecimiento religioso, se les anulaba dicha cartilla. Por lo mismo, eso dio lugar a la picaresca de internarse voluntariamente el tiempo justo de quitarse el sambenito y después volver a las andadas.
En el convento, Concepción o Patrocinio, observó un comportamiento ejemplar y cuando las religiosas bajan la guardia, se fuga y de nuevo entra en el burdel donde ya se la considera “la niña de oro” por ser la más demandada.
La familia vuelve a sacarla de allí y de nuevo a las Adoratrices.
La dueña del burdel presentó en el Juzgado de Instrucción del Distrito de Centro, una querella por allanamiento de morada, contra las personas que se llevaron a la joven. Argumenta que tiene todos los documentos en regla y sus deberes los ha cumplido. Se le olvida añadir el detalle de tener en su casa a una menor de edad.
El juez llama a declarar a la joven a los juzgados de Las Salesas y ella se vuelve a fugar a la vista de todos.
La opinión de los periodistas más acreditados es unánime. Había que dejar de hablar de La Niña de Oro; no publicar titulares como “¿Perversa o loca?”. No escribir una línea más sobre el caso porque muchas jóvenes podrían hacer lo mismo.
Pupila y pupilera quedaron tranquilas. La familia, en total desamparo ante la ley.