El famoso relojero Losada – creador del reloj de la Puerta del Sol – había acogido en Londres con gran afecto a José Zorrilla (1817 – 1893) y ya lo había librado de aquellos primeros apuros económicos de juventud que tanto le acuciaron. José Zorrilla vivió durante años en Madrid y más tarde en México. Había viajado a la capital azteca para probar fortuna y en 1885 fue nombrado, por el emperador Maximiliano, Director del Teatro Nacional. Regresó de nuevo a Madrid y allí siguió viviendo precariamente a pesar de ser ya el autor de “Don Juan Tenorio”, pues había vendido los derechos de autor por ocho mil reales. Murió en Madrid, en la calle Santa Teresa cuando tenía 75 años y acababa de ser intervenido de un tumor cerebral. Siendo consciente de su muerte inminente manifestó ante un notario el deseo de un entierro sencillo en su ciudad natal. Pero el 25 de enero del año 1893 fue inhumado en el cementerio madrileño de San Justo. El Ayuntamiento de Valladolid reclamó y trasladó sus restos en 1896, cumpliendo su deseo. Hay una placa en la fachada de la casa madrileña que recuerda la fecha de su muerte y que fue colocada por el Círculo de Bellas Artes en 1915. Además de haber vivido en el Reino Unido y en México, viajó a Cuba a Francia a otros muchos destinos. Siempre frecuentó Valladolid.
Soñó desde joven con dedicarse a la poesía y al teatro en contra de los deseos de su padre que pretendía que estudiase leyes. Cuando apenas tenía 20 años ya vivía en la capital de España, donde se pasaba las horas leyendo en la Biblioteca Nacional, se enteró, a través de un amigo, de la muerte de Mariano José de Larra, que se acababa de suicidar de un tiro en la sien al ser rechazado definitivamente por su amante Dolores Armijo. Esa misma noche escribió los versos que leyó en el justo momento del entierro y que empiezan así: Ese vago clamor que rasga el viento / Es la voz funeral de una campana: / Vano remedo del poster lamento / De un cadáver sombrío y malicento / Que en sucio polvo dormirá mañana…A través de este poema empezó a ser conocido por otros escritores de la Villa a los que les impactaron tanto aquellos versos que desde el cementerio de Fuencarral salió a hombros y en silencio por respeto a Larra. A partir de ahí empezó a escribir en periódicos y en revistas.
Y si hubo y sigue habiendo algo verdaderamente importante en los mundos literarios de Zorrilla es precisamente su “Don Juan Tenorio” que escribió en ocho días y que en trece más corrigió y remató. Es la obra que está presente en nosotros como referencia plena que sigue hurgando en la memoria de las pasadas generaciones; ya que en su idiosincrasia se representa el auténtico romanticismo español a través un drama y de unos personajes que latieron y que siguen latiendo en lo más sensible de aquella sociedad. Porque esas figuras - Don Juan Tenorio, Doña Inés, Don Gonzalo de Ulloa (el comendador de Calatrava) o Don Luis Mejía, junto a todos los demás - se hicieron célebres y se convirtieron en símbolos en los que la arrogancia y los engaños e incluso del honor van urdiendo la escena memorable que nos va deshilando un narrador. La obra se estrenó el 28 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz - uno de los más populares, que anteriormente había sido corral de comedias - con buena crítica, pero con poco éxito de público. En pocos años llegó a ser una de las obras de teatro más representadas en España y en América.
José Zorrilla consiguió vivir de su trabajo como escritor, pero le tocó en suerte un tiempo en el que los derechos de autor no estaban debidamente reconocidos, ni debidamente legislados y, por lo tanto, no estaban protegidos por la ley. Por eso no tuvo más remedio que seguir remando con los inconvenientes económicos que en ocasiones le apremiaban, ya que fueron numerosos los momentos en los que reclamó su autoría; recordando incluso la propiedad de autor que ya no le pertenecía. Y fue tal su desasosiego y su impotencia que llegó a escribir con dureza en contra de la obra de Don Juan Tenorio. Llegó incluso a odiarla, a hablar mal de ella cuando se estrenaba en todas partes y tenía que asistir a la representación viendo cómo otros llevaban las ganancias y él tenía que conformarse con los aplausos.
Sus últimos años fueron más difíciles todavía por la falta extrema de recursos económicos, pues apenas generaba y gastaba sin remilgos. Tuvo muchos momentos de verdadera dificultad. Tanto fue así que llegó a solicitar una ayuda pública que le fue concedida a modo de pensión y que le fue retirada a causa de unas restricciones presupuestarias. Después de diversas gestiones le volvió a ser concedida con inferior cuantía. Pero también gozó, en ocasiones, de una vida llena de reconocimientos, de aplausos y agasajos. José Zorrilla había sido elegido Miembro de la Real Academia de la Lengua Española en 1848, pero no llegó a leer su discurso de ingreso. En 1885 fue elegido por segunda vez y ocupó la silla “L”. Ingresó con un discurso escrito en verso.
En su obra “Recuerdos de un tiempo viejo” se explaya en los mundos sobrenaturales que tanto le interesaron e incluso en las apariciones, y así cuenta algunas de ellas. Recuerda el diablo que veía en una iglesia a la que acudía con su madre y cómo una noche se le apareció en la ventana y lo vio cabalgar en un caballo oscuro. También recuerda el día en que entró en una habitación de la casa en que vivía y vio sentada a una anciana que habló con él. Supo, años más tarde, por un lienzo que encontró en el desván, que se trataba de su abuela Jerónima.
Fue muy aficionado a la quiromancia ¡Gran echador de cartas!
Frecuentó amigos como Miguel de los Santos Álvarez, Espronceda y otros de los autores que frecuentaban la tertulia del Cafetín del Príncipe.