Férvido y mucho

Velázquez eterno, su influencia continúa: Laxeiro y Las novias de Romain

Laxeiro. S.T. Meninas, 1976. 140 X 178 cm. +ôleo s. lienzo
photo_camera Laxeiro. S.T. Meninas, 1976. 140 X 178 cm. +ôleo s. lienzo

Si bien hoy día sorprende, Velázquez (Velásquez, en su época) fue limitadamente conocido y valorado fuera de España hasta el pasado siglo. Una de las razones es que produjo poco -120 telas catalogadas- y casi exclusivamente para Felipe IV en tanto pintor cortesano.

Por entonces, solo las colecciones reales europeas atesoraban algún que otro retrato del rey español y su familia, enviados como regalos desde Madrid. Fuera de esas muestras no había nada más en el extranjero. Posteriormente, varias piezas acabaron en manos del duque de Wellington que se las requisó al Musée Napoleon, expoliadas en España, al derrotar a los franceses. Más tarde, varias joyas del genio sevillano atravesaron el Atlántico adquiridas por magnates estadounidenses. Antes de ello, un viaje a España era imprescindible (y sigue siéndolo) para quien quisiese estudiar la obra principal de Velásquez. Manet lo hizo y quedó mágicamente fulminado por la gracia del arte.

Otras circunstancias coadyuvaron también a que la crítica pictórica internacional se hubiese demorado tanto en situar a Diego Rodríguez de Silva y Velásquez en la cima del Olimpo pictórico. Tardíamente, mediados del XIX, pintores y críticos se desembarazaron del encorsetamiento academicista basado en el árbol de Porfirio que colocaba al hombre en lo más alto de la Creación. La "jerarquía de géneros" en pintura la impuso L'Académie française (AF) -fundada por el cardenal Richelieu en 1634 reinando Louis XIII- cuya primera misión era dictar normas que perfeccionasen la lengua francesa. Los académicos extendieron el intervencionismo estético justificándose con el dicho horaciano ut pictura poesis ("como la pintura, así es la poesía")

El Déjeneur sur l'herbe (Almuerzo en la yerba) de Manet decisivamente contribuyó al desmantelamiento del sectarismo canónico de los académicos al mostrarse por vez primera en el Salon des Refusés, 1863, después de ser rechazado por el Salón oficial. Pasado cierto tiempo, Zola dijo de Déjeneur sur l'herbe que era el mejor cuadro de Manet. Y seria precisamente el iconoclasta Manet quien elevaría a Velásquez por encima de cualquier otro pintor al conocer su obra en España: "Velásquez es el mayor pintor que ha habido" ("Velásquez est le plus grande peintre qu'il y ait jamais eu").

Fue en Paris, precisamente, donde tomé conciencia de la importancia de las velazqueñas  meninas en la iconografía del arte universal. Cuando visité la exposición dedicada a Diego de Silva Velásquez en el Grand Palais (Paris, 2015) me extrañó la ausencia de Las meninas. Informándome, supe que Las meninas no puede salir de El Prado, no es un cuadro más, es una institución, con la Dama de Elche constituye el tesoro artístico más valioso de España si dejamos de lado el patrimonio arquitectónico (La Alhambra, El Escorial, Catedral de Compostela, Acueducto de Segovia, Murallas de Ávila, etc.) Las meninas es el cuadro más reputado de la historia universal de la pintura. Las meninas eclipsa al resto de la obra de Velázquez y de cualquier pintor. Las meninas aplasta a otro cuadro, sea el que sea, que se coloque a su lado. Y tal ha sido su impacto en la historia del arte que desborda a la propia obra de pintores del siglo XX, como en Las novias de Romain de la autoría de Laxeiro, grandísimo pintor con obra en el Museo Nacional Reina Sofía.

José Otero Abeledo (Lalín, 1908; Vigo, 1996) –conocido artísticamente por Laxeiro- ocupa el alto panteón de los cinco mejores pintores gallegos del siglo XX, abundoso de grandes pinceles, en la ilustre compañía de Alvarez de Sotomayor, Maruja Mallo, Carlos Maside (en competición con Colmeiro) y Antonio Fernández. A los que habría que añadir, quizás, Germán Taibo que falleció joven y realizó casi toda su obra en el extranjero.

En la pintura de Laxeiro es notoria la influencia de Goya, de Solana, de Rembrandt, de Georges Rouault, etc. Y a partir de cierto momento se observa una ruptura radical apoyándose en Picasso. Es menos sabido que Laxeiro también se inspiró en Ensor. Y aunque el pintor gallego por antonomasia, incluso en el seudónimo artístico (Laxeiro, el que hace laxes, losas), era más vitalista que espiritual, en vida y obra, no olvidó rendir homenaje a Velázquez en una serie de cuadros de meninas perfumadas de espiritualidad poética, misteriosa. Susan Solomont, experta en arte, esposa de embajador de EE.UU en Madrid, coleccionaba meninas del siglo XX de la autoría de pintores españoles, como el Equipo Crónica y Laxeiro. Pero Las novias de Romain (óleo s/lienzo, 140x178 centímetros, datado 76, página 542 monografía Fundación Barrié) es la obra maestra por los siglos de los siglos de la plástica gallega del siglo XX, cuyo destino final es indudablemente el Museo Nacional de Arte Reina Sofía o alguna institución cultural o pictórica gallega de gran envergadura como el CEGAC o la propia Fundación Laxeiro en Vigo. El problema es la escasez de recursos financieros que sufren hoy día museos y otras instituciones. No obstante, entre el Ministerio de Cultura y Hacienda han habilitado, desde hace años, una fórmula que facilita mucho las transacciones entre coleccionistas e instituciones: pagar a Hacienda mediante donación acordada bilateralmente de obras de arte (Dación en pago) valorándolas por encima del precio de adquisición de la obra.

Así las cosas, la estructura constructiva de Las novias de Romain sintetiza en un solo lienzo seis obras de arte (en alarde técnico absoluto, con maestría hoy día olvidada entre tanto oportunista que se dice artista): las tres meninas del primer plano y los tres cuadros del fondo. Ese virtuosismo, esa imaginación deslumbrante convierten a Las novias de Romain en una obra maestra con la que los franceses –que saben defender muy bien lo suyo- iluminarían el mejor de sus museos. A la par de Las meninas de Velázquez, algo parecido sucede con Las novias de Romain: coloquen ustedes un cuadro al lado (de otro pintor gallego o del propio Laxeiro) y se esfuma.

En definitiva, quien quiera admirar Las meninas de Velázquez tiene que ir a Madrid, el viaje está sobradamente justificado. No es de extrañar que Laxeiro le haya rendido encendido homenaje pintando varias versiones. Pero la verdaderamente excepcional, única, inigualable en calidad y dimensiones es, insisto, la monumental pieza Las novias de Romain –en referencia al coleccionista francés, Romain, para quien fue pintado el cuadro- que representa tres meninas fabulosas de gracia, color y ternura, como se constata en la fotografía que ilustra este artículo.

A mayores, Las meninas es un cuadro intemporal cuya valoración gana con el paso del tiempo, por ello no existe ninguna otra obra maestra en pintura que haya suscitado tanto entusiasmo y admiración. En aras de entenderla mejor recordemos que fue Leonardo da Vinci quien perfeccionó la perspectiva jugando con los colores, difuminándolos según va aumentando la distancia presentida (técnica del Esfumado en lejanía o Sfumato). En la perspectiva menguante los objetos o figuras pierden nitidez con la distancia. Este sería el procedimiento seguido por Velázquez en Las meninas para obtener la perspectiva en altura. La perspectiva aérea utilizada por Velázquez (con tres puntos de fuga) busca representar la atmósfera, el aire que envuelve los objetos, degradando el color a medida que se van alejando del espectador, aportando de esa guisa no sólo una sensación de profundidad geométrica sino también de misterio. En su estrategia pictórica, Velázquez toma de los pintores flamencos y holandeses un procedimiento especular sobre el que reposa buena parte de la magia del cuadro ¿Qué vemos en un espejo? Por reflexión lo que vemos puede a su vez vernos. En Las meninas sentirnos el misterio de ser observados por lo que observamos. Y este fue asimismo el camino seguido por Laxeiro –camino que solo puede transitar un genio- para hacer crecer Las novias de Romain.

Ocurre que hay valores permanentes, intrínsecos a las obras maestras, que resisten al tiempo. El principal, sí, es el misterio. Laxeiro rompe el mito de la ficción que encierra a los gallegos en sus irresolubles dudas, eternamente ancestrales, que impiden subir o bajar (como el gallego en la escalera). Esto es, Laxeiro nos hechiza con el halo de su modernidad luminosa –fiel a la técnica difícil de los maestros antiguos- en el puro misterio sublime y paradójicamente esclarecedor de tres niñas, tres mágicas carabelas, que nos permiten descubrir un nuevo mundo en la galaica maruxía matinal del amanecer a la vida.