El libertador, Simón Bolívar muere el 17 de diciembre de 1830. Escribo este texto al cumplirse otro aniversario de su fallecimiento para hacer memoria del poeta soldado y su pasión por la libertad. Bolívar es el yo poético y protagonista del poema en prosa Mi delirio sobre el Chimborazo (Loja, octubre 12, 1822). El poema conjura una experiencia febril enmarcada en la historia de su epopeya libertadora y fusionada con el asombroso ascenso al volcán nevado del Chimborazo. El yo poético se pregunta retóricamente: “¿No podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?” “Sí podré!” afirma Bolívar como imperativo de su voluntad de ser. Este “Sí podré” nos remonta a otro ascenso en 1805, al Monte Sacro, desde donde Bolívar jura libertar los pueblos de la América hispana. Ya para 1822, Bolívar ha sido distinguido con el título de Libertador. Ha creado la Gran Colombia. Su desafío sería lograr su estabilidad.
“Sí podré” en el contexto de Mi delirio viene a ser lenguaje cifrado con resonancias alegóricas al cumplimiento de ese juramento. Se vislumbra ya su doble faceta de ilustrado y romántico. Su estadía en Europa ha sido enriquecedora. Logra apreciar la atmósfera de cambio de ideologías: de la Ilustración al Romanticismo. Según William Ospina: “Era la edad de la locura lúcida, de la cordura delirante, de derribos de las coronas con sus cabezas. Se empequeñece la aristocracia para engrandecer al pueblo.”. (“Bolívar y el Romanticismo”. El Espectador, junio 20, 2009.)
Según Mircea Eliade, “la ascensión a la cumbre conlleva la idea de ‘paso’ o ‘mutación ontológica’ y es metáfora de trascendencia y libertad. Implica asimismo una ruptura hacia una experiencia de regeneración.” (Eliade, M. Mitos, sueños y misterios, Kairos, Barcelona 2001 p.140- 141.) Mi delirio encarna la mutación ontológica del héroe en el estado liminal, es decir, un momento cuando el individuo atiende a su propia situación existencial, entra en un trance y emerge enriquecido y purificado. El yo poético en Mi delirio vive el estado liminal encendido por un fuego extraño y superior, hacia la redefinición de su razón de ser, Asimismo, la liminalidad puede entenderse como un proceso de liberación aplicable a las naciones mismas en busca de su emancipación y configuración. Al comienzo del poema, el yo poético identifica su desplazamiento por las tierras de América hasta llegar a las postrimerías del Chimborazo: Yo venía envuelto en un manto de iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al dios de sus aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas y quise subir a la atalaya del mundo.
La diosa Iris, mensajera de los dioses es la visión cromática símbolo de paz y esperanza. Sus dotes encarnan los ideales de Bolívar y por eso acompaña al Libertador en sus proezas. La imagen de Iris, muestra al Olimpo clásico europeo desplegándose por tierras de América. En Mi delirio se insinúan Poseidón y Prometeo. El Chimborazo, “el gigante de la tierra”, será su desafío real y metafórico. El Chimborazo está situado en los Andes centrales, a 150 kilómetros al sudeste de Quito. Con una altura de 6.310 metros, se consideraba a principios del siglo XIX, como la mayor altura del mundo.
En Mi delirio, el yo poético asciende, siempre en compañía de Iris, de tal manera que vemos al caminante envuelto en brumas y visos irisados; se sabe audaz, será el primero en coronar la cumbre: Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt, seguilas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. La realidad se desborda en su mente mientras hace memoria de sus luchas por la libertad,
Yo me dije, este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad.
El poeta prosigue el ascenso sintiéndose transformado, agigantado como un titán capaz de tocar el firmamento con las manos y los pies en los umbrales del abismo. “Arrebatado, impulsado, encendido” son los estados anímicos que lo conducen a extasiarse ante el doble espectro de lo sublime y lo abismal.
Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt empañando los cristales eternos que circuyan el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo.
El ascenso a la cumbre incita a la elevación del espíritu, y el descenso conduce a la psique profunda, a la locura lúcida en un paisaje luminoso y alucinante. Un delirio febril embarga mi mente, me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. En su estado febril, el yo poético llega a la ruptura y trasciende el mundo físico. Sobrecogido por un temor sagrado, entabla un diálogo con el Tiempo, figura mítica representada por un venerable anciano que dice ser hijo de la eternidad y hermano del infinito. El Tiempo interpela al poeta/héroe para hacerle ver que su valor no yace en sus triunfos, sino en la verdad que lleva en su interior. La respuesta del Yo poético es una justificación de sus actos. Bolívar se sabe ser el mísero mortal que se esfuerza por cumplir sus ideales. El anciano, El Tiempo, envía a Bolívar como mensajero ante los hombres: Observa, aprende…No escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres.
El yo poético emerge de su éxtasis, “absorto, yerto, exánime”. Recobra su conciencia y contempla su América que lo reclama a cumplir su destino: En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio. Es la fase final del delirio. El yo poético recobra su humanidad y realiza su ideal de libertad.
En conclusión, Mi delirio aflora en un momento crucial en la vida de Bolívar.
Significativamente, Mi delirio inaugura el Romanticismo en la literatura latinoamericana. Ocho años más tarde, su vida se extinguiría, agobiado por el peso del desengaño. Su amor por las naciones liberadas lo lleva a decir en su última proclama: Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos... No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia; todos deben trabajar por el bien inestimable de la unión…Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria.