Poéticas de la inteligencia

Luis de Góngora: el arte del fulgor en la sombra

Luis de Góngora y Argote (1561–1627), uno de los más complejos y fascinantes poetas del Siglo de Oro español, representa en su obra un punto culminante de la tensión entre claridad y oscuridad, entre artificio estético y emoción contenida. Su vida, marcada por una incesante rivalidad literaria, sobre todo con Quevedo, y por una vocación sacerdotal que nunca suplió su genio poético, se entreteje con una producción lírica que revolucionó el lenguaje poético de su tiempo y lo proyectó más allá de las formas heredadas.

El poema A un sueño es una de sus piezas líricas más representativas de su segunda manera, es decir, aquella que Dámaso Alonso denominó culterana: un estilo altamente elaborado, saturado de metáforas, cultismos y alusiones mitológicas. El poema condensa el arte de Góngora en catorce versos donde el sueño no es simplemente descanso, sino un fenómeno poético, un "teatro" de representaciones en el que las pasiones humanas encuentran su única forma de consuelo. El "autor de representaciones" —el sueño— actúa como dramaturgo de lo invisible, vistiendo sombras de “bulto bello”, haciendo de la ilusión una estética de la esperanza. Dormir y ver, esos "dos bienes", son la doble dádiva que concede el poema: la evasión del dolor y la contemplación de lo amado.

En Góngora, como señala Dámaso Alonso, hay una extraordinaria capacidad de generar una lengua poética nueva. Si bien rara vez repite un verso, sí regresa —con la obsesión de quien depura una alquimia— a ciertos motivos, imágenes y estructuras. No se trata de repetición mecánica, sino de una reescritura permanente de sus propios hallazgos, como si cada poema fuera un intento de decir mejor lo ya dicho. Por eso, afirma Alonso, los "temas, las alusiones, las metáforas, los giros sintácticos son en él frecuentísimamente los mismos".

La reiteración deliberada de ciertos elementos en la obra de Góngora no es mera repetición, sino un recurso estético cuidadosamente cultivado que da lugar a una poética del reconocimiento. Un ejemplo elocuente es el célebre sintagma “mentido robador de Europa”, que primero aparece en Las Soledades aludiendo al toro en que Júpiter raptó a Europa, y resurge, años después, en un contexto completamente distinto —una corrida de toros en la Plaza Mayor— cargado de ironía. Lejos de desgastar el significado, esta recurrencia lo potencia: se transforma en alusión intencionada, en eco literario que interpela al lector atento, estableciendo con él una complicidad sutil y culta.

En su carta en defensa de Las Soledades, Góngora escribió con ironía y seguridad: “caso que fuera error, me holgara de hauer dado principio a algo; pues es mayor gloria empeçar vna ación que consumarla”. La frase, que tantos estudios ha suscitado, encierra el espíritu de su obra: más que cerrar significados, los abre; más que definir, sugiere; más que explicar, fulgura.

Alfonso Reyes, gran lector de Góngora, desmonta en Cuestiones gongorinas el prejuicio de que la obra del cordobés es oscura en bloque. A su juicio, Las Soledades y los poemas mayores de la segunda manera tienen "muchos períodos claros", si se lee con paciencia, sin apresuramientos. Reyes elige estancias del Panegírico, la Congratulatoria y la comedia Niquea como ejemplos de esa “claridad velada” que exige al lector un esfuerzo estético y ético.

La crítica moderna, más allá de la incomodidad que su estilo provocó en sus contemporáneos, ha reconocido en Góngora una anticipación del lenguaje poético moderno. Su barroquismo no es exceso: es arquitectura. Cada imagen, cada hipérbaton, cada culto neologismo sirve a una finalidad mayor: la transfiguración de la experiencia humana por medio del lenguaje.

Resulta iluminador, en este sentido, el paralelismo que muchos estudiosos han trazado entre Góngora y Sor Juana Inés de la Cruz. Ambos supieron mezclar lo culto con lo popular, lo serio con lo festivo, lo filosófico con lo sensual. Ambos tejieron sus poemas como laberintos de signos, no para oscurecer el sentido, sino para forzar al lector a pensar y sentir al mismo tiempo. En Sor Juana, como en Góngora, la poesía no es vehículo de ideas, sino espacio de experiencia.

El poema A un sueño es una síntesis perfecta del arte de Góngora. El sueño es evasión, sí, pero también resistencia. En él, el lenguaje recupera su libertad original, aquella que la prosa cotidiana aprisiona. La palabra se libera de su función utilitaria y revela, como un fruto maduro o un cohete estallando en el cielo —paráfrasis del propio Octavio Paz—, sus múltiples sentidos. Por eso el poeta no captura el lenguaje: lo pone en libertad.

Góngora sigue hablándonos porque su poesía no se consume; siempre empieza. Como él mismo deseaba, su gloria está en haber iniciado una acción que aún no termina: el acto incesante de leerlo, de interpretarlo, de dejarse divagar por sus versos.