Poéticas de la inteligencia

El arte en la mirada contemporánea

En el arte contemporáneo se abre una tensión constante entre la expresión individual y la búsqueda de un sentido universal. En un tiempo donde la imagen domina y la palabra parece diluirse, el arte persiste como una forma de pensamiento, una manifestación del espíritu que —como escribió Alfonso Reyes— “no se resigna a dejar sin interpretación la realidad que lo asedia”. Reyes observó con el mayor interés el desarrollo de las artes en su tiempo y confió sus impresiones estéticas en páginas dispersas, pero esenciales. Aunque no dedicó un libro exclusivo a las artes plásticas, su sensibilidad ante el color, la forma y el ritmo lo llevó a comprender que el arte es, ante todo, una manera de conocimiento: “una experiencia de lo sensible que nos conduce a lo inteligible”.

Para Octavio Paz, el arte moderno —como en Tamayo— es el puente entre la realidad visible y el mito, entre la materia y lo sagrado. “Este hombre moderno también es muy antiguo. Y la fuerza que guía su mano no es distinta de la que movió a sus antepasados zapotecas”. Lo que Paz revela en esta mirada es la permanencia del mito fundacional, una temporalidad donde lo ancestral y lo contemporáneo se funden en un mismo gesto creador. De ese modo, el arte no solo representa, sino que revela: es una forma de pensamiento simbólico que busca la raíz de lo humano en la imagen, en el color, en la palabra o en el silencio.

Alfonso Reyes, por su parte, veía en el arte la posibilidad de un equilibrio entre lo real y lo imaginario. Su amistad con pintores y escultores de su tiempo —como Diego Rivera o Roberto Montenegro— le permitió comprender la función del creador como intérprete de su época. El arte, decía, en el deslinde: “no es espejo del mundo, sino su comentario”. Así, el artista no copia la realidad, la traduce, la interroga y la renueva.

Cervantes, en cambio, ya había intuido que el arte debía ser un reflejo moral del mundo, en Percas escribe un “espejo que conmueva el espíritu del lector y encienda en él el criterio ético”. Su concepción del arte narrativo, como un crisol de géneros y técnicas —pictóricas, teatrales, musicales—, anuncia la interdisciplinariedad del arte contemporáneo. La novela cervantina, con sus múltiples niveles de lectura, anticipa ese arte que no se explica, sino que se abre a la interpretación, al diálogo con la mirada del otro.

Pero es en el pensamiento de María Zambrano donde el arte se convierte en revelación del ser. La filósofa española advierte que toda obra poética nace de una “razón poética”, un modo de conocimiento que no separa el pensamiento de la emoción, la intuición de la razón. Zambrano, en el Claro del bosque el arte revela “la verdad que se oculta bajo el pensamiento abstracto”. El artista no describe el mundo: lo hace visible a través de la palabra o la imagen, convirtiendo la intuición en una forma de claridad interior. En esta línea, la poesía y la pintura comparten una misma raíz: ambas son formas de conocimiento encarnado, vislumbres del ser que se ofrecen como don.

Martin Heidegger, en su ensayo El origen de la obra de arte, también comprende el arte como desocultamiento: la obra no representa, sino que “pone en obra la verdad del ser”. En ella, lo invisible se hace visible, lo oculto se muestra en su acontecer. “El arte —escribe— es el ponerse en obra de la verdad”. La obra artística abre un claro, un espacio donde el mundo se revela como presencia, de este modo, el arte no pertenece al ámbito de lo decorativo, sino al de lo ontológico: el artista es quien da forma al desocultamiento del ser.

Si Reyes veía en el arte una forma de inteligencia sensible y Zambrano lo comprendía como razón iluminada por la emoción, Heidegger parece entenderlo como una apertura del ser. Todos coinciden en un mismo núcleo: el arte revela la esencia puntual y única del espíritu humano.

Hoy, en medio del ruido, la levedad y la inmediatez de la cultura digital, el arte permanece en ese espacio donde lo fragmentario del mundo intenta volverse totalidad. Las artes visuales, la literatura y la música no solo expresan una sensibilidad, sino que configuran una forma de pensamiento que indaga en la relación entre el ser humano, el lenguaje y su entorno. El artista contemporáneo se mueve entre la tradición y la ruptura, entre la imagen y el silencio, en busca de un sentido que, como en el mito, une lo visible y lo invisible.

En esta dimensión simbólica, el arte se revela como una ontología del instante: una manera de decir lo indecible. En palabras de Octavio Paz, “el arte no dice lo que es, sino lo que podría ser”. Y en ese tránsito entre el ser y el devenir, entre el mito y la historia, entre la palabra y la forma, el arte actual se convierte en el único espacio donde la humanidad aún puede reconocerse.

Porque, como intuía Reyes, “toda obra de arte es un espejo del alma universal”. Y si el arte de hoy sigue siendo necesario, es porque aún nos permite, frente al ruido y la fragmentación, escuchar el eco de lo sagrado en lo humano.