La economía de la Unión Europea atraviesa un momento clave de transformación estructural. Según los últimos datos publicados por Eurostat, los sectores productivos tradicionales como la agricultura, la industria y la construcción han experimentado un descenso sostenido en su valor agregado real, mientras que los sectores de servicios se consolidan como los nuevos motores de crecimiento de la región.
En cifras, el informe refleja que la industria ha caído un 0,5%, la agricultura un 1,2% y la construcción un 1,5% en términos reales. Por el contrario, sectores como la información y comunicaciones, los servicios inmobiliarios, los servicios profesionales y la administración pública muestran un crecimiento constante, posicionándose como las principales fuerzas que sostienen la economía europea actual.
Uno de los datos más reveladores es la pérdida de peso de la industria en el conjunto del PIB europeo. A comienzos del siglo XXI representaba el 24% del valor agregado total, y hoy se ha reducido a un 19,1%, una caída que especialistas atribuyen en parte a la aplicación del Pacto Verde Europeo, las consecuencias de la crisis energética derivada de la guerra en Ucrania, y un marco regulador e impositivo que muchos califican como desincentivador para la producción industrial.
La situación se agrava en el sector agrícola, que pese a haber recibido más de un billón de euros en ayudas públicas en lo que va de siglo, ha continuado su descenso en términos reales. Expertos advierten que los programas de política agraria común no están logrando frenar la pérdida de competitividad de este sector, clave para la seguridad alimentaria y el equilibrio territorial de la UE.
Por su parte, el sector de la construcción se ve afectado por la falta de inversión en obra pública y un contexto de encarecimiento de materiales y trabas administrativas, lo que ha llevado a una contracción de su actividad.
El crecimiento de los servicios, aunque positivo, plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de una economía altamente terciarizada, que depende en exceso del consumo interno y de servicios que en muchos casos no son exportables. “Nos estamos convirtiendo en una economía de servicios, pero no podemos olvidar que la industria es el principal motor exportador y uno de los pilares del crecimiento sostenido”, señalan economistas consultados.
En este contexto, se demanda a la Comisión Europea y a los gobiernos nacionales que replanteen sus políticas industriales y agrícolas, fomentando la inversión en innovación, infraestructuras y transición energética equilibrada, con el fin de revertir la pérdida de competitividad de sectores fundamentales.
La situación no solo afecta a los equilibrios económicos internos, sino que tiene implicaciones geoestratégicas. Una industria debilitada reduce la capacidad de Europa para responder de forma autónoma a desafíos globales, como los conflictos internacionales, la competencia tecnológica con otras potencias y la necesidad de reindustrialización postpandemia.
El próximo trimestre será clave, ya que los analistas esperan poder confirmar si esta tendencia se agrava o si algunos de los sectores productivos tradicionales logran estabilizarse. En todo caso, la advertencia está lanzada: si Europa no apuesta decididamente por reindustrializarse, pagará un alto precio en competitividad, empleo y soberanía económica en los próximos años.