Ayer, el presidente más macabro de la democracia española, agitó su miseria moral al recibir, a propósito de la ronda de contactos con motivo del gasto en Defensa, a la portavoz de Bildu, que fuera condenada por un delito de apología del terrorismo en 1984. Una fecha y un encuentro orwellianos, que destruyen los cimientos éticos en que debe sustentarse toda sociedad libre. Por primera vez, una filoetarra pisa el Palacio de la Moncloa.
Los proetarras se han convertido en los mejores socios de Sánchez. Cuesta creer que todos los asesinatos perpetrados por ETA no frenen la mezquindad de un individuo sin sentimientos. Los años de plomo son, para Pedro Sánchez, como uno de esos deslices de juventud que uno arrumba en la memoria; para Sánchez las bombas lapa son tan solo ecos de un pasado que conviene olvidar; los tiros en la nuca, tracas de una feria que ellos cuentan a su manera, la manera de los que profanan la Historia.
A Sánchez, la dignidad se le escapa por cada voto necesario. Con Bildu, hay un trueque de favores con olor a pólvora. ¿Qué queda de la unión de la gente de bien en contra del terrorismo? Parece que los votantes del sanchismo padecen amnesia, les da igual que murieran a manos de los colegas de Bildu, ETA, tantos socialistas decentes, esos que combatían esgrimiendo el arma de la palabra, aquellos que perdieron la vida por defender la libertad.
El bochorno de ver al jefe de Gobierno con la portavoz de los que odian España, sentados ambos en un sillón de Moncloa, es una imagen que muestra bien la perdularia conciencia del mafioso que tenemos por presidente. Qué queda, a ojos del sanchismo, del espíritu de Ermua; qué recuerdan de aquel julio de 1997, en que los etarras secuestraron y asesinaron a Miguel Ángel Blanco mientras en las calles a los ciudadanos se nos encogía el corazón; qué fue del rechazo unánime a la violencia de ETA.
Pedro Sánchez trata a Bildu como al socio preferente que es para su supervivencia política. Le da igual que entre los atentados que blanquean haya 853 personas asesinadas, según datos oficiales, y más de 2.600 personas heridas. Los etarras también extorsionaron y secuestraron a muchos ciudadanos. Destacó el caso de José Antonio Ortega Lara, funcionario de prisiones encerrado en un zulo por espacio de 532 días. Cuando Ortega Lara fue liberado por la Guardia Civil mostraba un estado deplorable. Estaba famélico, llegó a implorar la muerte durante el cautiverio, sufrió estrés postraumático, depresión y ansiedad tras su salida del agujero donde los etarras le confinaron. Pero todo esto, a Sánchez le da igual. Él solo quiere los votos de sangre que le mantengan en el poder.
Por fortuna, ya no vivimos años de plomo. Ahora lo que soportamos a diario son las voces de plomo del gobierno sanchista. Palabras bala que matan la democracia, que envilecen la política, que dañan de forma irreparable el código deontológico de una nación. Consignas de plomo que aturden, que confunden, que hieren de gravedad la razón, que zarandean el orden social, que buscan la inquina de unos para otros, que solapan todo lo que de bueno tiene la verdad. Los socialistas que se juntan en el Palacio de la Moncloa tienen voces de plomo, arrastran su ansia de poder más allá de los límites que acota la moral. Y cuando el caos dirige un país, el ruido de la discordia se encarga de ensordecer las voces de la conciencia.