Díes irae

El turismo debe gestionarse

El articulista de DIARIO DE MADRID, don Alfonso de Valdivia, ha publicado un par de columnas que acreditan su inquietud por el tema de la vivienda en España. Yo, que publiqué recientemente otro (“Yo tenía un piso turístico”) comparto sus preocupaciones y me voy a permitir volver sobre este problema, que lo es, y grave, para nuestra sociedad española actual.

Lo primero que hay que proclamar para analizar el asunto es que entre 80 y 100 millones de turistas nos visitan cada año. Ese es el dato primero y principal. Es el doble que nuestra población la que, en un momento del año, nos visita. Y necesitan alojarse durante su estancia. Seguramente harán vida en la calle pero deberán pernoctar bajo techo porque hacerlo a la intemperie es bastante ingrato. La demanda, por tanto, es brutal, desmedida y creciente. Se ha disparado en los últimos años, sin que nadie acierte a predecir su techo. 

Para satisfacer tan ingente demanda están los hoteles, los campings, las casas rurales, los albergues de peregrinos, las autocaravanas… y los pisos que se alquilan como vacacionales. Esta realidad, las casas de vacaciones, llevan existiendo desde siempre pero nunca se consideró que interfiriesen en el mercado inmobiliario. Es cuando millones de viajeros desean un piso en Madrid, Barcelona, Palma o Tenerife, cuando todo se descoloca.  

Este aluvión, incontenible, confronta con los residentes españoles que buscan alquilar un piso para hacer su vida. Y esa confrontación, de bases económicas objetivas, se salda con una merma en las posibilidades de los residentes. Los por qué son claros, nítidos e incontestables. El turista paga más; son gente que trae dinero para gastar y su estancia es, además, breve, lo que minimiza su esfuerzo. Su elección de un piso turístico se hace en comparación con los hoteles, a los que supera en muchas cosas. Los hoteles son muy caros (ley de la oferta y la demanda) y suben sin parar. Un hotel puede duplicar o triplicar el precio semanal de un piso. Además, el piso permite cocinar y ofrece otras libertades de las que el hotel carece. El turista, lógicamente, busca pisos en el centro, cerca de las zonas históricas, que son las que desea conocer.

Y desde el punto de vista del casero, aparte de cobrar bastante más (es cierto que con gastos y tareas extra, si quiere tener un buen piso arrendable por días) evita ciertas angustias del propietario, las más genuinas, que le son ajenas: un turista nunca “okupará” tu piso. El Estado no  te obligará a dejar al turista dentro, sin pagar, si se declara vulnerable, pierde el empleo en Estocolmo o tiene hijos. Los malos tratos al mobiliario y enseres son posibles (las empresas dedicadas al alquiler al por mayor son muy estrictas en ese terreno) pero dada la frugalidad del plazo, el clásico piso “destrozado” que hay que rehacer entero ...no es probable.  

Así las cosas, el problema de los poderes públicos es la incomprensión del asunto. Ahonda en un conflicto, inexistente, entre propietarios (antisociales y plutócratas) e inquilinos (explotados y furiosos) cuando el problema es que millones de turistas quieren y pueden pagar más, y en los mejores sitios. Fruto palmario de esa incomprensión fue la ordenanza municipal, inaudita, que establecía que, para poder dedicar una vivienda al turismo, tuviera que disponer de salida independiente a la calle. Era raro de narices el reto pero… lograron hacer desaparecer miles de pequeñas tiendas para mutar en viviendas.

El gobierno se ahoga en sus angustias. ¿Cuándo se construirá la Operación Campamento…cinco, diez, quince años? Hoy en día, mover un compresor de aire acondicionado, en Madrid,  desde un patio en que molesta a un altillo en el tejado donde no se oye (caso personalísimo y real) lleva un periodo de tramitación de tres años… ¿Se puede pensar, así, en crear viviendas?

Mi propuesta es muy simple: actuar, desde el sector público, sobre la demanda turística en vez de sobre la demanda de los residentes. Creando una oferta pública amplia, barata y suficiente. Un ejemplo. El cuartel del Conde Duque debe tener unas 400 estancias, en el centro de Madrid. Si los turistas tuviesen a su alcance una pernocta en lugar limpio, histórico y céntrico por 40 euros, no acudirían nunca a los 100 del piso turístico ni a los 300 del hotel. ¿No se les llena la boca a los incapaces con “lo público” por aquí, lo “público” por allá? Pues gestiónese bien, créense 10.000 plazas para turistas en la capital (que pasadas por la rotación atenderían a más de cinco millones de visitantes) y Airbnb cerrará. Claro que eso no es posible. No porque no sea viable, rápido, económico...no, nada de eso. Es imposible porque el lobby hotelero se echaría a la calle: que si competencia desleal, que si usurpación de funciones, que si ataque a la economía de mercado…

Pero claro, la pescadilla se muerde la cola. Ahora, los hoteles empujan hacia los pisos turísticos; los pisos turísticos erradican a los residentes y los inquilinos y el gobierno quiere linchar a los caseros. Mal rollo. El gobierno no puede echar sobre las espaldas de los propietarios la solución al tema de la vivienda, como si los dueños de pisos (de uno, de dos o de veinte) tuvieran que asumir riesgos crecientes y renunciar a ingresos legítimos para convertirse en una especie de misioneros, que por amor al Estado deben suplir todas sus carencias, inacciones y miserias. 

Termino. Aunque también podemos prohibir el turismo. Se limita la entrada en el país a los seis o siete millones que caben sin molestar y el resto que se vaya a Grecia. ¿Es lo que se pretende? Ya hay gente que sí, a la vista está. Cargan contra el turismo cuando deberían cargar contra sus incompetentes gobernantes, incapaces de regularlo y faltos por completo de imaginación para solucionar los problemas.

Seguramente don Alfonso y yo volveremos alguna que otra vez sobre el tema.

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