La política contemporánea se mueve entre titulares estridentes y silencios inquietantes. Cuando el presidente estadounidense Donald Trump anunció a principios de agosto el despliegue de dos submarinos nucleares como gesto disuasorio hacia Rusia, el Kremlin respondió de inmediato que en una guerra nuclear “no puede haber vencedores”. Moscú llamó a la prudencia y recordó que los submarinos nucleares de Estados Unidos siempre están en alerta. En cambio, Beijing guardó silencio. Ese mutismo alimenta sospechas: el gigante asiático suele pronunciarse frente a cada frase de Trump y, sin embargo, frente a una escalada con dimensiones atómicas no hubo reacción pública. Hay quien piensa que, en este silencio, hay gato encerrado.
Mientras Trump juega al “hombre fuerte” en el frente ruso, su administración sigue presionando a sus vecinos con tarifas. En 2025 Estados Unidos intensificó los aranceles para hacer frente a lo que considera prácticas comerciales desleales; las medidas forman parte de una negociación política que va más allá del comercio. Los analistas explican que Washington ha usado la seguridad como moneda de cambio en su pulso con México: el nombramiento de Omar Reyes Colmenares como nuevo titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) fue interpretado como un guiño a Estados Unidos, ya que la UIF es clave para perseguir el lavado de dinero y el financiamiento de organizaciones criminales. El Departamento del Tesoro sancionó en junio a tres instituciones financieras mexicanas por transacciones con China, y la Casa Blanca dejó claro que la cooperación en materia de fentanilo y narcotráfico pesará más que nunca en la discusión arancelaria. Esto tiene un impacto directo en sectores como el agroalimentario: los productores de Florida llevan años presionando por medidas antidumping que afecten al tomate mexicano, lo que ha dado lugar a tarifas que benefician a su base política. Aunque México logró negociar aranceles menores que Canadá en algunos productos, la amenaza de nuevos gravámenes permanece como espada de Damocles.
Mientras Trump sube la temperatura, en México la prioridad oficial es demostrar control. La presidenta Claudia Sheinbaum se distancia cada vez más del lema de su antecesor —aquello de “abrazos, no balazos”— y apuesta por una estrategia de mano dura. Su cercanía con Omar García Harfuch, ex jefe de seguridad de la capital, le ha permitido situar a personas de confianza en posiciones clave. Omar Reyes, hombre de su equipo, asumirá el mando de la UIF en sustitución de Pablo Gómez. Sheinbaum lo describió como alguien “muy inteligente”. Además de reforzar su gabinete, esta designación busca tranquilizar a Washington: la Unidad de Inteligencia Financiera tendrá ahora una interlocución directa con el área de seguridad de García Harfuch, lo que facilitará la cooperación bilateral, sobre todo después de que Pablo Gómez (anterior titular de la UIF) dejará de compartir información con el gobierno norteamericano.
Aun así, el clima nacional está lejos de ser idílico. A finales de julio se escapó Zhi Dong Zhang, ciudadano de origen chino acusado de lavar 150 millones de dólares para cárteles mexicanos y de traficar fentanilo. Un juez le cambió la medida a arresto domiciliario en Ciudad de México, y el hombre se fugó por un agujero en la pared del inmueble vigilado por la Guardia Nacional. Su huida fue un bochorno internacional y puso en evidencia las grietas del sistema judicial. La presidenta aseguró que el acuerdo de seguridad con Estados Unidos “no está en riesgo” pese a la fuga, pero en Washington crecen las voces que exigen medidas más arduas.
Los hechos violentos no terminaron ahí. El 5 de agosto fue ejecutado en Reynosa Ernesto Cuitláhuac Vázquez Reyna, delegado de la Fiscalía General de la República (FGR) en Tamaulipas. El funcionario con más rango en el estado, responsable de perseguir delitos federales como narcotráfico y delincuencia organizada, fue atacado cuando viajaba solo en su camioneta: los agresores incendiaron su vehículo con una granada y luego lo remataron a tiros. Las autoridades estatales tuvieron que acordonar la ciudad mientras los pistoleros bloqueaban calles y sembraban ponchallantas. Este asesinato es interpretado como un desafío directo al Gobierno federal y expone la fragilidad institucional en uno de los estados clave para el tráfico de drogas y combustibles.
Todo este contexto alimenta la narrativa de Trump. El republicano ha dicho, desde campaña, que no dudará en intervenir en territorio mexicano. Ya se habla de “organizaciones terroristas” para los cárteles, de visas revocadas a funcionarios y de juicios en Estados Unidos que buscan convertir a los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán en testigos protegidos. Estas acciones buscan presionar al Gobierno mexicano y mostrar resultados a su base política. La combinación de una “aparente escalada militar contra Rusia” y en México “una aparente paz y entendimiento”, pero los que sabemos leer las señales, podemos ver que ninguna de esas cosas son lo que aparentan.