La civilización no es lo que era, y por sostener que una civilización que respeta la libertad y los derechos humanos no es igual, y es más avanzada que otra que no lo hace, muchos somos tachados de xenófobos. Es curiosísimo que conceptos como civilización, democracia y derechos humanos susciten relaciones con la barbarie del Tercer Reich, pero hay que tener en cuenta ese trastorno conocido como multiculturalismo y que tanto nos afecta. A sus ojos selectivamente relativistas, la civilización no es lo que todos pensamos ni lo que ella misma pensaba no hace tanto tiempo. A los que no creemos en la multiculturalidad nos colocan la cruz de querer jerarquizar civilizaciones, y es que el dogma público de los multiculturalitas afirma que las civilizaciones son múltiples, todas igual de admirables y ninguna mejor que las otras. Pero eso es solo la mitad del cuento, ya que en la otra mitad, la determinante, hay una intensa hostilidad hacia las tradiciones, normas sociales y sistemas de pensamiento, ciencia incluida, de Occidente : somos la manzana podrida del cesto, la única. Los practicantes de la multiculturalidad desean que nos sintamos culpables por haber llegado tan alto, es decir, tan bajo, y debemos agachar la cabeza ante los que, según ellos, hemos despreciado y oprimido, esas culturas maravillosas que nunca cometieron atrocidad alguna... ¡Qué ironía! Sí, lectores, es asunto de psiquiatría. La consecuencia política más estupefaciente de la actitud multicultural, y de episodios como el referido, es la entrega a la izquierda de hoy de las nuevas banderas de la civilización y sus valores fundamentales... ¡Y en exclusiva! Y es también la consecuencia más estúpida, y en eso están, de proclamar que sólo la izquierda y la horripilante extrema izquierda pueden creer en un sistema protector de la libertad y los derechos, pero eso sí, incluyendo la teocracia islamista regida por la sharia. Naturalmente, quieren que las otras culturas se contagien de los modos de la sociedad liberal, no vayan a echarse a perder, y eso es aborrecible e inaceptable. Los defensores de la multiculturalidad vienen a ser como los ayatolás, solo que no llegan hasta el final, y no se atreven a justificar que lapiden a las mujeres... Y sin embargo, esa barbaridad va implícita en su alocución preferida: es su cultura... ¡Qué desgraciados!
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