En el arte de un torero gitano se encuentra una calidad singular de interpretación, que da su fruto en circunstancias y claramente especiales. Por la mente de estos personajes discurren el juicio de que no vale correr un riesgo, ni hacer el más mínimo esfuerzo, por el que no se pueda ofrecer un resultado positivo como ellos sienten su tauromaquia tan distinta.
Es decir: “si no torean con ese arte tan sentido, no vale la pena torear”. Así de claro es cómo estos hombres conciben ese toreo suyo que les vibra muy adentro, de oscura indolencia y misterioso ritmo, de expresiones vivaces y decorativas. Facultades que contribuyen en dar la nota más valiosa de un estilo personalísimo.
La plasticidad de su arte se escapa del toreo de cualquier sitio, es diferente, hay que distinguirlo como si fuese una belleza dolorida.
Principalmente Andalucía, como tierra de toreros, ha dado muchos diestros con la alegre e improvisada esencia de la escuela sevillana, y otros con el clásico acento y estilo recio de la escuela rondeña. Unos y otros se separan de ese arte tan personal y tan genial, con una salsa única que impregnan el toreo calé.
Indicaremos que el estilo gitano, no sólo tiene su área en Andalucía, sino en todo el país, de lo que se ajusta al mismo sentimiento artístico, pero también es verdad que, casi todos los célebres matadores de toros de esta raza proceden de Andalucía, de Cádiz, de Sevilla, de Triana, por lo que estos indiscutibles artistas señalan rumbo y escuela a numerosos grupos de toreros que llegan a formar dinastías familiares, como son los casos de: “Los Cucos”, “Los Gallos”, “Los Gitanillos de Triana”, “Los Amador”, “Los Correa”, etc.
El aire de su toreo les aparta de todo afán combativo, aunque les empujen o apoyen sus más apasionados e incondicionales partidarios.
El torero calé lidia toros difíciles, y otros que no lo son, pero por razones inexplicables de su raza, se imponen y no aceptan condiciones adversas de muchos toros.
Cierto es, a veces, también dominan reses sumamente peligrosas con auténtico valor, pero otras, con animales boyantes y fáciles les infunden tal pánico que se vuelven hasta irrespetuosos.
Citaremos como ejemplo y modelo especial, al genial Rafael Gómez Ortega “El Gallo”, que tras de sí, dejó unos gratísimos recuerdos, que valieran para los anales como expresión más fiel del toreo de enjundia gitana. Aunque hayan existido otros en cualquier época con semejante expresión.
Aquellos que tuvieron la dicha de ver torear a Rafael, y a los que no también, podrían dar fe de la especial idiosincrasia de este torero, que en una tarde toreando, en décimas de segundo, pasaba de la sublimidad de producir arte puro y bello, afiligranado, al ridículo más estrepitoso y sonado de la huida descompuesta, oponiéndose a la lucha de forma ingenua sin darle importancia, como si su postura fuese lo más normal de un diestro valeroso. Su clásica “espantá”, atribuida por su ilógica razón de un comportamiento impropio del toro, o a las manías y supersticiones en las que creía.
Junto a estas formas toreras negativas de los diestros de este sello, también es presumible recrearse en la estética de su figura, el ritmo del movimiento, la gracia del adorno, la genialidad esporádica, el pellizco. Todas esas singularidades, sorprenden con elegancia e improvisan fantasías en el temple, flexibilidad en el manejo del capote o muleta, como el donaire del rancio toreo junto al toro, y tan cerca del toro.
Toda esta gama de virtudes de estos personajes, que no han sido buscadas, sino expresadas y vividas, solamente permitidas a los dotados, como es el caso de los toreros de la raza en cuestión, muchas veces enriquecidas con adornos inesperados llenos de valor, hacen que al aficionado más exigente no tenga más remedio que aclamarlos.