El sentido de mis letras...

Todo requería su tiempo

Recuerdo en los añorados años 80, actualmente en el candelero gracias al contexto en el que se desarrollan diversas series y películas de éxito inspiradas en aquella década, cuando todo requería su tiempo. Acordémonos que ver una película implicaba bajar a un videoclub para alquilarla, jugar a un videojuego se hacía en aquellos ordenadores Spectrum de pantalla verde, y todo ello suponía esperar esos minutos fatídicos al son de la sinfonía de pitidos hasta que, con suerte, el juego se cargaba. Entendíamos el aburrimiento y las horas perdidas como una parte más de un proceso vital en el que no era necesario estar haciendo algo en todo momento. Posteriormente, se ha demostrado que ese hastío incentivaba nuestra creatividad. Los tiempos han cambiado y las prisas inundan nuestro día a día como una riada que arrasa con todo lo que se pone por delante, la inmediatez se ha apoderado de nuestras vidas y las nuevas generaciones se frustran en la espera. Todo es ya, todo es ahora, pero en contraposición, somos incapaces de vivir el momento porque convivimos de forma exagerada con un exceso de presente y de pasado, lo que implica un aumento peligroso de los niveles de estrés y ansiedad. Podemos acelerar la velocidad de los mensajes que nos envían para disminuir el tiempo de escucha, nos prometen leer cualquier libro en diez minutos con la misma comprensión de su contenido, nos atosigan a información, prisas, banalidades..., y mientras tanto, la vida se escurre en nuestras manos como la arena del reloj. Cuando vives demasiado deprisa corres el riesgo de no bajarte en ninguna de las paradas, de observar la vida a contrarreloj, de pasada, sin disfrutar de los detalles, como surgen las imágenes tras la ventanilla de un tren de alta velocidad.