La mirada del centinela

Sin perdón

Algunos hay que le perdonan todo al presidente del Gobierno. Le perdonan que mienta por costumbre; que se eche en brazos de los independentistas por siete votos; que sean los filoetarras sus socios preferentes; que coloque a un comunista trasnochado como vicepresidente de su gobierno; que posicione a su mujer como catedrática teniendo apenas el bachillerato; que le busque empleo a su hermano en la Diputación de Badajoz aprovechando su influencia; que el Fiscal General del Estado dependa de él y prevarique con objeto de perjudicar a un rival político; que sus dos secretarios de organización del partido estén implicados en casos flagrantes de corrupción; que pervierta el orden lógico de las instituciones en favor de sus intereses partidistas; que haya manipulado las primarias de 2014 para alzarse como secretario general del PSOE. 

Algunos hay que le perdonan al verle en las comparecencias con cara de adolescente víctima de mobbing, con su voz meliflua, su pena a modo de aureola, el transido coloquio del que ha sido engañado y no sabe qué decir, con la congoja de cumplir con su deber y eliminar a esos indeseables que utilizan los cargos públicos para enriquecimiento propio; cuando él, inmaculado varón, se erige en látigo que castiga la corrupción y llama indecente a Rajoy a la par que le presenta una moción de censura. 

Algunos, qué entenderán por democracia, le perdonan a Pedro Sánchez cualquier delito que cometa, porque, según la OCU; esto es, según la Guardia Civil, el núcleo del gobierno sanchista es una organización criminal. ¿Qué ha de suceder para que los defensores acérrimos de este ejecutivo indigno bajen del burro del clientelismo? ¿Qué perversa visión de los hechos les impulsa a dar por buena la falsedad? ¿Qué les seduce tanto de un embustero, por más que sea de su ideología, para acompañarle hasta el despeñadero social? 

No algunos, sino una mayoría (aunque Tezanos se obstine en viciar los datos), es la que no perdona a una patulea política que desoye cualquier llamamiento a la prudencia, a la moderación, al recato, a la sensatez, a la honestidad… gente que no siente el menor rubor al mentir, que engañan por fidelidad a su jefe, Pedro Sánchez, un advenedizo que supo trepar en la organización y convertirse en un dictador que ha destruido el partido socialista. La realidad le apunta con el dedo acusador de la justicia. La banda del Peugeot está vista para sentencia: Koldo, Ábalos, Cerdán y Sánchez, los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los dos hombres de mayor confianza del presidente son corruptos. Y, él, no cabe duda, es otro corrupto, por acción u omisión.  

Algunos perdonarían a Sánchez cualquier miseria moral, cualquier acto si es en beneficio de la causa, que no es otra que impedir que gobierne la derecha, la terrible derecha de Aznar y Rajoy, la temible centralidad de Feijóo, qué horror. Los gregarios del sanchismo no sienten vergüenza por defender a los sinvergüenzas, porque ellos también lo son, quien ampara a un delincuente transgrede la moralidad. 

Sánchez asegura que acabará la legislatura; es más, amenaza con presentarse de nuevo. Sale a los medios no para asumir responsabilidades por los casos de corrupción que asolan a su partido, no, lo hace para hacerse la víctima y pedir perdón, como si fueran sus disculpas suficientes para obviar tal cantidad de degeneración, como si su pretendida decepción y sorpresa fueran la mejor explicación que merecemos los ciudadanos del país, como si su cara de circunstancias le exculpara de ser el jefe de una organización criminal, integrada, entre otros, por sus dos ex secretarios de organización del partido. Percibían altas cantidades de dinero como consecuencia de la adjudicación de contratos de obra pública. El informe de la OCU es demoledor. La trama de corrupción socialista no tiene parangón, es un insulto que ese cínico irredento que es Pedro Sánchez continúe siendo jefe del ejecutivo. 

Algunos no, muchos, no perdonamos su vanidad inútil; su anhelo por agarrarse al poder cueste lo que cueste; su mendacidad compulsiva; su desprecio hacia la oposición y lo que representa; su jactancia histriónica de quien se considera imprescindible siendo un zafio. No es más que el líder de una organización criminal. Por eso no le perdonamos, ha hecho demasiado mal al país, no merece nuestra amnistía. Si fuera película, tendría un título: Sin perdón.