Hace años, cuando inicié mis investigaciones arqueológicas e históricas sobre la guerra de Cuba, no imaginaba la larga secuela que aquel empeño iba a dejar en mi vida. El trabajo, a veces duro en los sondeos y excavaciones, otras tedioso en archivos y bibliotecas, ha dado frutos extraordinarios. El primero y más valioso: los amigos.
Algunos ya no están, como el teniente general Juan Antonio Álvarez Jiménez, a quien conocí siendo aún coronel y consejero militar en la embajada de España en La Habana. Gracias a él, fui descubriendo una constelación de personas magníficas que han enriquecido mi vida con su amistad. Entre ellas, Raúl Izquierdo Canosa, coronel en la reserva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y presidente del Instituto de Historia de Cuba. A través suyo conocí a quien hoy es mi gran mentor y compañero de viaje intelectual: Enrique de Miguel. Su sabiduría y cercanía evocan enseñanza, pero también afecto y presencia.
Con el padrinazgo de estos paladines emprendí mi cruzada particular: rescatar la identidad olvidada de los militares españoles que murieron defendiendo la españolidad de Cuba. En ese viaje encontré camaradería, entusiasmo y ayuda en un puñado de colaboradores reunidos en la Asociación Cultural Regreso con Honor. Como caballeros de una Mesa Redonda, buscamos nuestro Santo Grial: la memoria.
Recientemente, esa búsqueda se concretó en la solicitud de un teniente coronel del Ejército Argentino, nieto de españoles de Baracaldo, que deseaba saber qué fue de su bisabuelo, militar español fallecido en Cuba. Gracias al esfuerzo colectivo, hoy podemos decirle que los restos de su bisabuelo, teniente del Batallón de Infantería Cazadores de Colón nº 23, descansan en el cementerio municipal de Manzanillo, donde fue inhumado en abril de 1897. El acta de defunción del Hospital Militar y demás documentos se los haremos llegar con afecto y consideración.
Como escribió Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos.” Y en esa memoria, regresan con honor.
