El sentido de mis letras...

Reformas, obras y espíritus

Existe una eterna pugna entre españoles en el ámbito de obras y reformas, y según he ido argumentando por lo que leo, se da en su máxima expresión en poblaciones no tan pequeñas. Para que se me entienda: si al alcalde de turno le da por abrir una calle y llenarla de zanjas con el pretexto del arreglo de algún entresijo interno en el corazón urbano, prepárense y olviden transitar por esa arteria durante meses, y eso si al alcalde o alcaldesa de turno no le da por embellecer el entorno a mayor gloria de su mandato reducido a la placa conmemorativa, donde consta en letras de molde el nombre del edil, como si plantar una palmera y poner dos bancos se tratase de acontecimiento a recordar por futuras generaciones. Obvio, que el sustituto en el cargo reabrirá la zanja, ampliará la rotonda y sustituirá la placa. ¿Quién no ha escuchado alguna vez eso de «las obras tienen eso, nunca acaban»? O eso otro, y trasladado a las obras en un edificio, de «antes cambiaban la decoración según la moda, y ahora cada nuevo propietario recién venido no modifica la fachada porque no le dejan». En algunos casos el motivo de una obra, cuando se compra una casa habitada con anterioridad, tiene un factor mágico del más allá, y más cuando el inmueble se encuentra en un edificio antiguo: «hay que evitar la energía negativa concentrada en ese espacio: no es bastante con limpiarla, se debe remodelar por si acaso». O sea, puede aparecer entre sus paredes, y entre sueño y sueño, el espectro de un monstruo o un viejo que por la noche pasea por el pasillo de camino al baño, y sus razones tendrá el viejo, pues no es de recibo para el alma en pena que de la noche a la mañana se le hurte la geografía del espacio al que estaba acostumbrado, y es que todos sabemos que los espíritus van muy a lo suyo y que en su atemporalidad no atienden ni a cambios ni monsergas.