Mi pasión

Psicosis en los ruedos

El toreo es un sentimiento profundo que sale desde muy adentro del alma de quien lo practica. Cuando un torero lo expresa con aseveración, deberá tener en cuenta ciertas y especiales circunstancias que le rodean. Una de la más corriente en aparecer sea la ciega ilusión de buscar grandes glorias y creérselas, por lo que puede que termine todo en la desconfianza o en el desánimo, incluso perder el sitio y el respeto al toro, a cambio de ello, hallarse con el tributo de graves e irremediables consecuencias.

Lógicamente existen trabajos expuestos, en los que la persona se juega la vida a cara o cruz. Pero la de torero, siempre encierra un constante peligro que jamás se separa un instante del mismo, por ser un oficio de mucho riesgo a costa de la propia vida de quien lo ejerce.

Como acabamos de decir, hay profesiones u oficios, incluso deportes, de verdadera contingencia para aquellos quienes los practican. Muchos de ellos tienen un destino incierto que se sortea al azar en cualquier contratiempo -ni se ve ni se sabe-, pudiendo aparecer por alguna influencia o negligencia. El torero en su quehacer de lidiar una fiera indómita, el peligro se palpa segundo tras segundo. Siempre está propenso a que la tragedia se haga presente. 

Desde que un diestro sale del hotel hasta que entra en la plaza, le acompaña una disposición de estrés emocional que le hace vibrar el espíritu por la concepción inmediata a la que se va a enfrentar. Ya en el ruedo, durante la actuación, le va cambiando el estado psíquico cada momento, reafirmando con ardor su facultad personal ante las adversidades o durezas que le ofrezca la situación animosa de su enajenación mental, sosegando los nervios frente a la excitación que produzca la actitud del animal.

La firmeza de estas personas, les harán adaptarse fundamentalmente a la receptiva acción y exigencias internas del individualismo de cada uno, buscando su propia identidad.

El matador de toros siempre siente necesidad de triunfo. Precisamente, muchas veces no es un valor templado el que lo induce a alcanzarlo, como el arrojo, la tenacidad y el atrevimiento. Tan contrarios los tres casos a la prudencia.

El estado psicológico del lidiador, no debería nunca separarse de su propia naturalidad, sin temor ni cobardía, es decir; un miedo sin timidez, pero sin caer en una falsa credibilidad y emoción de ánimo que le conduzca a una desgracia por imprecisión o descuido, conduciendo todo ello a un final que le puede acarrear serias repercusiones.

A veces el torero, ante situaciones de peligro, reacciona al instante y se separa del trance, bien sea por invocaciones supersticiosas o miedo de lo que principalmente es conjuro del desánimo. Otros motivos pudieran ser aquellos que les hacen mella por perturbación angustiosa del desaliento causando hechos no deseados.

Cuántas veces se confunde lo cierto por querer lograr un resonante éxito que después ha desembocado en un rotundo fracaso. En el caso de confirmarse lo negativo vendrán grandes baches en su vida profesional, además de difícil subsanar, llegando incluso hasta la renuncia de su profesión por no encontrarse motivado para seguir adelante.

También las cornadas pueden ser causa de decaimiento del ánimo, contraria medida para la prevención.

Lo que, sin llegar a tener miedo, obligadamente en todo momento, nunca se deberá perder el respeto al toro, lo que sería una gran facultad de inteligencia, es decir; torear con cabeza y dotes de conocimiento. 

Aunque la muerte en el ruedo pueda crear en los toreros un clima de psicosis, la Fiesta de los Toros nunca se acabará. Seguirán los que están y otros que vendrán, sin menospreciar a los diestros que limiten, corten o acomoden sus actuaciones en plena temporada por falta de estima u otras índoles. Igualmente, todos ellos merecen un respeto.