José Saramago en su importante <<Ensayo sobre la ceguera>> señaló con absoluta propiedad "Creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven". Es por eso que adquiere sentido su afirmación en el sentido que "Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay"
Reiteradamente los medios de comunicación abordan consideraciones alrededor de la paz, donde encontramos estrategias dirigidas a tomar un camino fructífero que nos conduzca a ella, que por demás, parece una quimera perdida o vana utopía en razón de la propia naturaleza humana.
Es asombroso que ni siquiera seamos capaces de aprender a disentir, si el respeto por el otro poco importa, y lo que deja dividendos es la geoestrategia de la guerra.
Cuando abordamos en ésta temática el merecimiento o no del reciente premio nobel de la paz, llama la atención y cabe preguntar, de cuál paz hablamos en diversas latitudes, si la insistencia es replicar la herencia social de la confrontación armada, el odio y el exterminio.
Si alguien obtiene un reconocimiento, se menosprecia los méritos tenidos en cuenta o resultan demasiado pobres para ser referentes del logro. Total, parece que la sensatez está de viaje y perdida desde hace tiempo, en medio de las estaciones de la vida donde los letreros hacen gala que lo realmente importante son los intereses caprichosos, materialistas y mundanos.
El mismo Saramago, dijo igualmente, que los humanos parecemos hechos mitad indiferencia y mitad ruindad, porque definitivamente dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.
Por eso recuerdo la siguiente reflexión. Es como cuando alguien se siente satisfecho por el cambio del techo de su casa donde llovía dentro, y la respuesta de los otros es contundente: pero todavía están rotos los vidrios de la ventana y en la cocina no hay gas.
Quizás, resultamos un caso perdido donde nos divertimos con la inmediatez del espectáculo, sin entender que las piedras puestas atravesando la corriente de un río, para llegar a la otra margen, son las palabras, y deberían representar verdadera importancia, no volumen ni estridencias.
La vida transcurre entre una mezcla de reticencia, desinterés, desconfianza, esfuerzos mudos con la bandera de la esperanza y la persistencia para construir entre todos un mundo menos ajeno a las razones de la existencia. Sin embargo, los guerreristas no se cansan de llevar un estandarte apasionado y belicoso, pero además, insisten en la guerra pero no hacen parte de la tropa. Lo que necesitamos es despojar el odio y los intereses políticos mezquinos que generan dudas soportadas en mentiras maquilladas de verdades.
Debemos admitir que todos los intentos por disminuir la violencia son válidos y resultan interesantes, ya que la verdadera riqueza está en el capital humano, necesitamos de la memoria histórica, porque lo que empieza como olvido termina en la indiferencia. Sin memoria no existimos realmente y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir...