Alcazaba

Músicas nocturnas

Que la música salva, de ello no queda duda. Nos redime de las asperezas de la existencia y nos sitúa en un lugar diferente a la realidad.

Mientras aspiro el jazmín de la noche desde un pequeño bosque de palmeras en la parte trasera de mi casa, pienso en lo que es el mundo al remontar con 25 años este siglo XXI; guerras por doquier, hambrunas, naciones latinoamericanas que se hunden en el tremedal de la angustia económica, la muerte desatada que se lleva a miles que hasta ayer soñaban con ir al mar en el verano.

Para sentir que el mundo no es tan atrabiliario como parece,  tomo mi bicicleta al filo de las once de la noche y salgo a hacer mis treinta minutos diarios en la calle solitaria donde se confunden los perfumes; el tanino penetrante de un viejo pino de corteza descascarada envuelve mi paso como una serpiente de goma; aspiro los diferentes grados de madera ahumada que bajan de la montaña y reconozco los aromas de detergente que salen de cada edificio. Alguien lava de noche y me concentro en un pedaleo parejo solo interrumpido por el vuelo rasante del murciélago que ya me conoce.

Regreso a casa y pongo la aguja sobre un viejo disco del Sexteto La Playa: ¡Papas fritas!, y derivo, necesariamente, hacia la Misa Negra de Chucho Valdés, a quien vi en la tarde de un año ya olvidado en Nueva York. Fue en Carnegie Hall; antes de él, salieron a escena Tomatito y Seis del Solar.

De las armonías del Latin Jazz, conocidas ya en la Cuba pre revolucionaria, se pasó, en el arte de un pianista como Chucho Valdés, a la interpretación de un mundo donde vigilan las deidades del Panteón Yoruba, junto a la hondura del “Free-Jazz”.

Valdés, heredero de una tradición –hijo de Bebo, expianista del Cabaret Tropicana- dio el paso definitivo para estructurar toda una revolución jazzística en el piano. De ese, su magisterio, nos entregó “Briyumba Palo Congo”, una producción en la que hace homenaje a la religión de los Congos en Cuba. Como se sabe, los ritmos afrocubanos tienen dos ríos principales –Yoruba y Lucumí- que desembocan al mar de una música universal, en la cual también reman, a su manera, Gonzalo Rubalcaba y Emiliano Salvador. Más, en la variedad étnica de los hijos de África trasplantados al Caribe, pueden mencionarse los Luangos, de Angola, los Congos, los Bámbaras, los Chambas, los Gangás, los Ararats y los Carabalíes. De estos últimos, muchos fueron traídos a Cartagena de Indias y llevados posteriormente a la Costa del Pacífico colombiano, lo cual explicaría, de alguna manera, la identidad musical de Buenaventura, y Cali con la música cubana.

El mano a mano que Bebo hizo con su hijo Chucho en el filme “Calle 54”, al interpretar “La comparsa”, frente a frente, piano a piano, todavía me eriza la piel.           

El antropólogo cubano Fernando Ortiz, dio a conocer las estratificaciones religiosas de Cuba, en uno de sus más celebrados textos: “Los negros curros”, africanos no esclavizados que hablaban en jerga andalusí y llevaban facón al cinto. Dice Ortiz que eran pendencieros y fundadores de los barrios bravos de Belén y Jesús María. Descendiente de esa savia rebelde y musical, Chucho Valdés imagina en el piano antiguas sentencias de su madre África, con “El Rumbón”, “Bolero”, “Caravan”, “Embraceable you”, “Pónle la clave”, “Rapsody in blue”, “Briyumba Palo Congo”. Todas estas composiciones, excepto “Caravan” (Duke Ellington, Irving Mills & JuánTizol ) y “Rapsody in blue” (George Gershwin), son de su autoría, y fueron concebidas como “misas negras”.

 El disco contó con la participación de Francisco Rubio Pampín (Bajo acústico y coro); Raúl Pineda Roque (Percusión y coro), y Roberto Vizcaíno Guillot, en las congas, el coro y los tambores batás.

Sigo, desde la distancia y el tiempo, los dedos de Valdés sobre el piano, para imaginar que el mundo puede ser mejor; aquella noche, también, Rubén Blades y Seis del Solar, Ralph Irizarry, uno de ellos, estrella de “Mambo Kings”, ahí donde Ibrahim Ferrer hizo llorar a los neoyorquinos. Carnegie Hall fue también el lugar donde se presentaron los Beatles cuando visitaron Nueva York. Estoy de pronto en la galería del teatro, donde las entradas son más económicas y veo a Blades diminuto allá abajo; las acomodadoras van vestidas como inglesas, con chalecos rojos, y no dudan en encender pequeñas linternas para ubicar la silla de los recién llegados.

Oh, vida, cúbreme.