Decían los romanos que pecunia non olet, el dinero no huele. Lo decían para justificar impuestos sobre urinarios públicos, pero la frase aplica mejor a los tiempos que vivimos, donde los millones fluyen desde cuentas anónimas a paraísos fiscales, y desde ahí se limpian en bancos con oficinas en las mejores zonas de la ciudad y recepcionistas sonrientes. Vector, Intercam y CI Banco saben de lo que hablo.
Primero fueron rumores. Luego, notificaciones de U.S.A. Después, la realidad golpeó: la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) intervino a estas instituciones por operaciones sospechosas de lavado de dinero. Vector, con sus vínculos íntimos con Alfonso Romo, el empresario que se sentó en Palacio Nacional durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador como jefe de la Oficina de la Presidencia, es un símbolo de cómo los hilos del poder económico y político se enredan para cubrir las huellas del dinero.
La presidenta Claudia Sheinbaum, quizá por fidelidad ideológica o simplemente por inercia, salió en su primer discurso a defenderlos: “No hay pruebas”, repitió. Lo dijo con esa convicción que tienen los políticos cuando no saben o no quieren saber. Pero la CNBV ya tiene pruebas, se habla que ya presentó varias denuncias ante la Fiscalía General de la República.
Internacionalmente hay indicios tan sólidos como para cerrar la puerta al uso libre de la plataforma Visa para CI Banco e iniciar procedimientos formales.
Las consecuencias de lavar dinero no son sólo técnicas o jurídicas. Son éticas, sociales, culturales. Cuando un banco lava dinero, no solo borra rastros: también corroe la confianza, degrada el tejido financiero y convierte a la economía en un casino donde siempre gana el que apuesta con capital sucio. Los pequeños ahorradores ven cómo sus pesos se diluyen mientras las cuentas offshore engordan. Y nadie, ni siquiera los reguladores, parece inmune a la tentación de mirar a otro lado.
Hoy, CI Banco no puede operar Visa con la misma libertad que antes. Mañana, quizá otros bancos caigan. Mientras tanto, Vector quisiera deslindarse del pasado con Romo, pero la mancha persiste. La historia demuestra que los grandes escándalos financieros nunca empiezan con un titular: empiezan con un susurro, una transferencia extraña, un directivo que no hace preguntas.
En México, lavar dinero no solo es delito. Es casi un deporte nacional. Pero el dinero sucio siempre deja rastro, y aunque no huela, arde cuando se quema la confianza de todos.